Mi Colegio Iba A Participar de una kermesse. Yo estaba en quinto grado y era la primera vez que asistía a una fiesta de esta clase. Iba a haber muchos entretenimientos y una rifa con varios premios. Uno de ellos era una linda bicicleta. Mis padres me habían prometido regalarme una bicicleta más adelante. Ellos pensaban que yo debía de ser más grande para andar en el tránsito tan peligroso de nuestro barrio en São Paulo. Pero yo no quería esperar, y pensé que esa rifa era mi gran oportunidad. Así es que le pedí a mi papá que me comprara un número y orara por mí para ganarme la bicicleta.
Nunca me voy a olvidar la cara que puso. Me miró muy serio, pero con mucha ternura, y me dijo: “Hijita, nosotros no oramos de ese modo”. Percibí que algo muy importante estaba ocurriendo. Él continuó: “Nosotros no oramos para conseguir cosas. No usamos la oración para obtener lo que queremos, sino que aprendemos cómo el amor de Dios nos da todo lo que necesitamos y nos satisface plenamente. No podemos orar con egoísmo, dejando al resto del mundo fuera”.
¡Y yo que había tenido la esperanza de que papá me ayudara! Y en verdad él me ayudó. Tuvimos una larga charla, y me hizo ver que yo podía orar partiendo del punto de vista de que la bondad de Dios es para todos, para todos Sus hijos. La felicidad no depende del azar ni de la suerte. El amor que Dios tiene por uno de Sus hijos jamás priva a todos los demás de Su infinita bondad.
Papá me dijo que podíamos orar por todos los niños que estaban en la kermesse, sabiendo que Dios, el Padre-Madre de todos, no excluye a ninguno de Su cuidado.
Lo que dijo papá comenzó a tener sentido y me di cuenta de que había cometido una tontería al pedirle eso. Cuando hicieron el sorteo y un niño se ganó la bicicleta, me sentí muy contenta. Y un par de años más tarde, mis padres me regalaron una bellísima bicicleta.
Años después, cuando ya era adulta, comprendí que papá realmente me había hecho un regalo fuera de serie aquel día de la kermesse. Me había mostrado que la comprensión espiritual de Dios y el hombre calma nuestras ansiedades y responde a nuestras necesidades. Mi papá me ayudó a vencer el deseo de obtener cosas y me enseñó a mirar más allá de mí misma, y a encontrar alegría en la felicidad de los demás. Y yo comprendí que era mejor poner mis deseos en las manos de Dios, en lugar de pedirle que satisfaciera mi voluntad.
Desde muy pequeña asistí con regularidad a una Escuela Dominical de la Christian Science. Allí los niños estudian la Biblia y aprenden los Diez Mandamientos, esas leyes que Moisés recibió de Dios y dio al pueblo hebreo durante el éxodo, que es el viaje que hicieron al liberarse de la esclavitud de Egipto e ir a la Tierra Prometida. Los alumnos de la Escuela Dominical también estudian las Bienaventuranzas, las palabras que Jesús dice en su maravilloso Sermón del Monte.
Jesús también había estudiado las Escrituras desde que era niño. En ese entonces, las Escrituras estaban compuestas solamente del Antiguo Testamento de la Biblia y Jesús conocía muy bien el Antiguo Testamento. Él ponía en práctica esas enseñanzas de las Escrituras, que lo ayudaban a dar respuestas inteligentes y a evitar problemas.
En una ocasión, tuvo un pensamiento extraño. El diablo, es decir, la creencia de que existe un poder aparte de Dios, lo tentó, y lo invitó a subir al pináculo del templo, un lugar muy alto de la ciudad, y arrojarse desde allí. Ese pensamiento se manifestó con mucha sutileza y con las propias palabras de la Biblia: “Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra”. Véase Mateo 4:5-7. Pero Jesús sabía diferenciar la voz de Dios de la voz de los pensamientos errados.
Jesús reconocía que no estaba bien usar lo que él sabía de Dios para exhibir su poder o para probar a Dios. No había ningún motivo justificado para hacer algo así. En ese mismo instante, aquello que él había aprendido gracias a su formación religiosa le dio la fortaleza para responder. Y respondió con palabras de las Escrituras que le eran muy queridas, refiriéndose al versículo en Deuteronomio 6:16. “No tentaréis a Jehová vuestro Dios”. Pues bien, mucha gente ha oído esas palabras, y piensa que Jesús fue el primero en decirlas. Pero la verdad es que él las había aprendido en las Escrituras, y las mismas lo ayudaron a actuar con inteligencia, lo protegieron.
¿Acaso no es ésta una lección para todos nosotros? No podemos utilizar la oración, nuestra comprensión de Dios, para hacer u obtener lo que queremos, o para obtener poder y conocimiento. Nuestro estudio de Dios y el hombre nos hace sentir seguros y tranquilos, dándonos a todos, niños y adultos, la fortaleza que necesitamos para responder a todo lo que le falte el respeto a Dios y a la Biblia. Esa fortaleza espiritual nos protege todo el tiempo.
El deseo de comprender a Dios es natural. La Christian Science* fue descubierta por una mujer, Mary Baker Eddy. La Sra. Eddy amaba a los niños. Ella dice: “Los niños son más dóciles que los adultos y aprenden más pronto a amar las sencillas verdades que los harán felices y buenos”. Ciencia y Salud, pág. 236.
Todos nosotros, no importa cuantos años de experiencia tengamos, somos realmente hijos. Somos hijos de Dios, cuyo amor no deja a ninguno fuera. Cuando estamos dispuestos a aprender más acerca de Dios y que somos Sus hijos e hijas, descubrimos las maravillosas dádivas, los regalos, que Él reservó para nosotros.
Cuando mi padre me enseñó a confiar en Dios para todo lo que hay de bueno, y a sentirme feliz con la alegría de otro niño, él me dio un regalo que preservé hasta hoy. ¡Duró mucho más que mi bicicleta! Ese regalo fue la idea espiritual sobre la bondad de Dios. Eso me mostró que eran valiosas las enseñanzas que yo estaba recibiendo en la Escuela Dominical. A través de los años, esas ideas muchas veces evitaron que yo hiciera tonterías. El poder de las palabras de papá resuenan en mis oídos hasta hoy. La Christian Science se transformó en el regalo más preciado que recibí en mi vida.