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Liberación de culpas y remordimiento

Del número de marzo de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Poco Después de graduarme de la universidad me involucré sexualmente con un joven divorciado que no tenía interés en contraer matrimonio. Aunque había mucho de bueno en la relación, la atracción principal era la sensualidad. Muy en el fondo, me sentía incómoda con esta relación porque sabía que era incompatible con las enseñanzas de la Biblia y Ciencia y Salud. Pero la relación era muy seductora y yo no quería terminarla. Así después de aproximadamente un año, y a pesar de todos los sentimientos encontrados que tenía —por un lado, gran entusiasmo y emoción, y por otro, un terrible sentido de culpa, remordimiento, miedo al embarazo y a la enfermedad— no me encontraba lista para poner fin a esta relación. En ese entonces, comencé a tener un problema al corazón que me impidió continuar con mis salidas a correr, con mis clases de gimnasia aeróbica y con cualquier actividad que requería esfuerzo.

El problema físico me motivó a estudiar la Biblia y Ciencia y Salud de forma más sistemática y me impulsó a buscar ayuda en Dios. Sabía que algo tenía que hacer y fue natural para mí recurrir a la Christian Science en ese momento de necesidad, ya que todas las dificultades anteriores que había enfrentado habían sido resueltas por medio de la oración. Ciencia y Salud da esta definición de corazón: “Sentimientos, móviles, afectos, goces y aflicciones mortales” (pág. 587). Me di cuenta de que estaba experimentando una amplia gama de sentimientos mortales muy agudos excitación, culpa, remordimiento, miedo, pena y que terminar con esa relación sensual era un paso necesario para obtener un mayor sentido de estabilidad, paz y seguridad.

Un día sufrí una crisis y durante todo el incidente sentí el cuidado tierno de Dios. Estaba en mi trabajo cuando me comenzó a sangrar mucho la nariz. Primero me fui al baño, pero luego me fui a mi auto para estar a solas con Dios. Oré humildemente a Dios en busca de perdón y ayuda. De pronto, expulsé lo que pareció ser un gran coágulo de sangre, y la nariz dejó de sangrar. Me quedé en el auto por un rato más en silenciosa gratitud a Dios. Comprendí lo que encerraban las palabras de Jesús cuando instruyó: “Vete, y no peques más” (Juan 8:11). Esta curación física ocurrió hace veinte años, y desde entonces he realizado ejercicios y actividades en forma regular, y no he vuelto a tener ningún síntoma de problemas al corazón. Dios me salvó, y me siento muy agradecida por ello.

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