Desde La Antiguedad la existencia humana fue correlativa con la expectativa de progreso. Pero en los últimos dos siglos la idea de progreso se fue estableciendo al punto de pensar que es posible obtener la perfectibilidad del ser humano y la sociedad, y que esto se cumple como cualquier otro fenómeno.
Sin embargo, más de una vez se vio que esta manera de pensar trajo efectos que estaban lejos de ser los deseados. Esto se hizo evidente por una parte en el agotamiento de recursos naturales, la contaminación ambiental y la afectación de la atmósfera; y por otra, en el embarque de una carrera consumista, una búsqueda de confort y poder basados en la riqueza material, relegando a un segundo plano los valores espirituales y morales.
Un número creciente de personas piensan hoy que el progreso ya no puede seguir midiéndose por el incremento del ingreso nacional y de la renta per cápita, o el avance de la tecnología. Ven que en este proceso se produce un deterioro de la familia y la sociedad, y prefieren que el progreso se mida por el respeto a los derechos humanos; el grado de justicia, libertad y cumplimiento de la ley; la pureza ambiental, y un grado más elevado de valores morales, estéticos y espirituales.
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