Desde La Antiguedad la existencia humana fue correlativa con la expectativa de progreso. Pero en los últimos dos siglos la idea de progreso se fue estableciendo al punto de pensar que es posible obtener la perfectibilidad del ser humano y la sociedad, y que esto se cumple como cualquier otro fenómeno.
Sin embargo, más de una vez se vio que esta manera de pensar trajo efectos que estaban lejos de ser los deseados. Esto se hizo evidente por una parte en el agotamiento de recursos naturales, la contaminación ambiental y la afectación de la atmósfera; y por otra, en el embarque de una carrera consumista, una búsqueda de confort y poder basados en la riqueza material, relegando a un segundo plano los valores espirituales y morales.
Un número creciente de personas piensan hoy que el progreso ya no puede seguir midiéndose por el incremento del ingreso nacional y de la renta per cápita, o el avance de la tecnología. Ven que en este proceso se produce un deterioro de la familia y la sociedad, y prefieren que el progreso se mida por el respeto a los derechos humanos; el grado de justicia, libertad y cumplimiento de la ley; la pureza ambiental, y un grado más elevado de valores morales, estéticos y espirituales.
Mary Baker Eddy, quien fundó la Christian Science el siglo pasado, vio la necesidad de que nos acerquemos y comprendamos más a Dios, el Principio divino del hombre, y la relación que esto tiene con el progreso. Ella dice en Ciencia y Salud: “El progreso nace de la experiencia. Es la maduración del hombre mortal mediante la cual se abandona lo mortal por lo inmortal”.Ciencia y Salud, pág. 296.
El Principio divino se expresa en orden, ley, justicia y armonía, y la comprensión del Principio y de nuestra relación con Él cambia la perspectiva de nuestra vida, lo que, a su vez posibilita el avance humano en libertad sin degradar ni contaminar. Nos guía a que progresemos en armonía con toda la creación.
La operación del Principio en nuestra vida trae aparejado un cambio de nuestra manera de pensar. Esto lo pude ver en mi vida cuando años atrás, al buscar principios más sólidos, establecí contacto con la Christian Science.
En esa época me consideraba ateo. El progreso lo basaba en la fuerza de voluntad, el tesón y el trabajo de ganar el pan con el sudor de mi frente, y si era posible, acumular una gran fortuna. Claro que no había nada de malo en eso, excepto que estas metas, cuando alcanzaba alguna de ellas, me daban una especie de satisfacción, pero no felicidad.
El estudio de la Christian Science comenzó a reconciliarme con Dios, dándome un concepto más espiritual de lo que Él es. No como un super sujeto con barba, bueno y malo a la vez, sino como Padre y Madre, como Amor y Espíritu siempre presente. Y también esto me dio un concepto más espiritual del hombre, mi verdadera naturaleza creada por Dios, el cual no es un mortal condenado a sufrir y pecar, sino que es la expresión infinita de Dios, bueno, espiritual y perfecto.
Comprendí que a través de la materia nunca llegaría a comprender a Dios como Espíritu. Con los ojos nunca podría ver al Espíritu, ni oirlo con los oídos ni palparlo con los dedos. Sólo podría percibir a Dios mediante el sentido espiritual, un sentido que todos poseemos, y al que todos podemos despertar, y desarrollar, para conocer la Verdad divina.
Un concepto que me abrió una nueva visión en el estudio de esta Ciencia, dice así: “La Mente infinita lo crea y lo gobierna todo, desde la molécula mental hasta lo infinito. Ese Principio divino de todo expresa Ciencia y arte en Su creación entera, como también la inmortalidad del hombre y del universo. La creación está siempre manifestándose y tiene que seguir manifestándose perpetuamente, debido a la naturaleza de su fuente inagotable”.Ibid., pág. 507. Esto me maravilló, porque acostumbrado a pensar en una creación material imperfecta, ahora me fui dando cuenta de que la creación verdadera es espiritual y perfecta, y que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de la Mente divina, a la cual refleja expresando ciencia y arte por toda la eternidad. Esto me hizo ver la posibilidad de un progreso espiritual infinito. ¡Sí, un progreso infinito!
Con el tiempo pude ver cuán enemiga del progreso es la ignorancia de las cosas espirituales, pues no nos deja ver las posibilidades a nuestro alcance, aunque las tengamos adelante. En especial cuando uno se cree sabio ante sus propios ojos, o importante, por haber estudiado en tal o cual centro de estudios o pertenecer a cierta comunidad académica. En cierta forma creía que mis talentos estaban relegados a la mera instrucción. Tal como un cómico solía decir en tono satírico, que para él había tres tipos de personas: las naturalmente inteligentes aunque no instruidas, las inteligentes e instruidas, y las que eran solamente instruidas.
Asimismo, con el estudio de la Christian Science aprendí a orar y razonar partiendo de Dios como Causa única. Esto me ha llevado a abandonar la base de que sólo la fuerza de voluntad y el esfuerzo propio traen progreso, y hoy sigo avanzando en lo que significa amar al prójimo como a mí mismo. Vi que la oración era “el anhelo de ser mejores y más santos”, como la Sra. Eddy lo menciona en este texto de Ciencia y Salud: “Simplemente pedir que podamos amar a Dios, nunca nos hará amarle; pero el anhelo de ser mejores y más santos, expresado en vigilancia diaria y en el esfuerzo por asimilar más del carácter divino, nos modelará y formará de nuevo, hasta que despertemos a Su semejanza”.ibid., pág. 4.
Todos podemos descubrir que al progresar espiritualmente uno es, al decir del salmista, “como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae y todo lo que hace prosperará”. Salmo 1:3. Aguas renovadas por Dios que nos permiten dar nuestros frutos a su tiempo en cumplimiento de Su propósito sagrado.