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Combatimos el crimen con la oración

Del número de octubre de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una mañana del día de Acción de gracias, una amiga y yo salimos temprano de casa para hacer un mandado antes de asistir al servicio religioso de nuestra iglesia. Cuando terminamos, todavía nos quedaban cerca de veinte minutos antes de que las puertas de la iglesia se abriesen. Entonces fuimos a un negocio para comprar algo. Estábamos en el fondo del negocio cuando un hombre con una capucha negra agarró a mi amiga del brazo y con dureza le dijo: “¡Échese al piso!”

Me di vuelta al escuchar su voz y vi que tenía un arma. Nos echamos al piso, sorprendidas por lo que ocurría. Escuché que mi amiga decía en voz alta: “Dios es mi Vida”, con una firme convicción. Luego escuchamos un disparo. El hombre se había alejado sin tocarnos a nosotras ni a nuestras pertenencias.

Para entonces, las dos estábamos declarando firmemente las verdades acerca de Dios y Su gobierno del hombre. Yo afirmaba algo así: “Todo lo que ocurre es el bien que Dios imparte a Sus hijos, y no hay nada fuera de Su totalidad. Cada uno somos una idea espiritual de la única Mente que es todo Amor. La idea de Dios, el hombre, vive para amar.

“Puesto que no existe nada fuera de la totalidad de Dios, no hay lugar para que el mal parezca real. El mal no es una persona, un lugar, ni un suceso. El amor de Dios abarca a todas Sus ideas, y la idea de Dios es una identidad consciente, de modo que ella sabe que es completa y satisfecha. Esa idea está en total posesión de todo el bien ahora, entonces no le falta nada. Él no tiene nada que obtener porque ya lo tiene todo. La ira, el odio, el miedo, el abuso y la malicia, no son parte del hombre de Dios. Estamos tan seguros como Dios lo está porque somos inseparables de Él”.

¿De dónde vinieron estas sólidas afirmaciones de la verdad? No fueron pensamientos que yo inventé o que me vinieron del cerebro. Fueron el poder viviente y enérgico del Cristo de Dios, la Verdad, el mensaje divino de Dios al hombre. Esos pensamientos inspirados impartieron un sentimiento del muy preciado amor del Padre.

Mi amiga fue igualmente vigorosa en su afirmación de la plenitud de Dios y negación del poder del mal. Luego, espontáneamente comenzamos a repetir las palabras del poema "Oración vespertina de la Madre" de Mary Baker Eddy. Cuyas primeras dos estrofas dicen:

La ira, el odio, el miedo, el abuso y la malicia, no son parte del hombre de Dios.

Gentil presencia,
gozo, paz, poder,
divina Vida, Tuyo todo es.
Amor, que al ave Su cuidado da,
conserva de mi niño el progresar.

Amor, refugio nuestro,
no he de creer
el lazo que nos pueda hacer caer;
habita con nosotros el Señor,
Su brazo nos rodea con amor.Poems, pág. 4.

Todo esto duró alrededor de diez minutos. Me tentaron muchos pensamientos negativos, pero no les presté atención. A medida que permitimos que se manifestara el reino de Dios en el pensamiento correcto y en las acciones correctas, nos fuimos sintiendo cada vez más fuertes. Y debido a la totalidad de Dios y a Su infinitud, sabíamos que esto era lo único que se estaba manifestando.

Entonces el cajero se acercó para decirnos que nos podíamos levantar, cosa que hicimos con nuestros corazones llenos de alabanza y gratitud. Preguntamos si todos estaban bien, y él respondió afirmativamente. Había solo siete personas en el negocio. Todo lo que los dos ladrones se llevaron fue la caja fuerte. No lastimaron a nadie; no vaciaron la caja registradora; ni tampoco molestaron a los clientes o a los cajeros.

Un hombre nos preguntó: “¿Cómo pueden estar tan tranquilas y alegres después de todo lo que pasaron?” Yo le aseguré que habíamos orado sin cesar y que habíamos abarcado a todos en el amor de Dios.

La verdad es que no hay un lugar secreto donde el mal pueda incubarse y multiplicarse. El mal no tiene lugar donde manifestarse porque Dios es Uno y Todo. Él es la Verdad omnipresente y omniactiva. Para obtener esta posición invulnerable desde donde demostrar estas ideas, debemos estar presentes con el Padre y ver lo que Él ve. Al abandonar la creencia en la naturaleza mortal, silenciamos el sentido personal y negamos cada concepto imperfecto. Cuando comprendemos que la Vida, Dios, se manifiesta a Sí misma, vemos la realidad de la ley divina en acción, y ya nada nos puede engañar. Alcanzamos una calma que no puede ser alterada, una fortaleza que no puede ser debilitada por el temor, y una convicción de la realidad espiritual.

Cuando vemos que la Vida, Dios, se manifiesta a Sí misma, estamos presenciando la actualidad de la ley divina en acción, y ya nada nos engaña.

Cristo Jesús ciertamente probó esto. Él siempre recurrió a Dios para interpretar correctamente cómo ver el cuadro que tenía delante. Vio que los sentidos materiales eran incapaces de percibir la realidad espiritual. Así fuera una tormenta en el mar, Véase Marcos 4:37—41. una mano seca, Véase Mateo 12:10—13. o una multitud que alimentar, Véase Marcos 8:1—9. él posó su vista más allá de la ilusión, o creencia falsa, en la realidad espiritual: lo que Dios estaba sabiendo y haciendo en ese preciso instante.

Puesto que Dios es bueno e infinito —presente en todas partes— también nosotros tenemos el derecho divino de ver más allá de la pretensión de poder que tiene el mal, y privarlo de un lugar donde pueda actuar. Cuando amamos a Dios supremamente y aceptamos la eficacia de las enseñanzas del Maestro, ejercemos la autoridad que éste dio a sus seguidores. Entonces somos capaces de ver por encima de nuestros temores, y percibir la realidad del reino de Dios en la tierra, como así también en el cielo.

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