La narración bíblica de las tentaciones de Jesús en el desierto, no da indicio alguno de que el tentador, llamado Satanás, haya sido aceptado en lo más mínimo en el pensamiento del Maestro. Si bien, Jesús fue tentado dos y tres veces para que traicione la misión ordenada por Dios, él rechazó las tres de inmediato y sin dudarlo.
Cuando se le presentó la tercera tentación como una descarada invitación para que quebrantara el Primer Mandamiento, Jesús respondió: "Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás. El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían". Mateo 4:10, 11.
¿Cómo pudo el Maestro resistir la tentación con tanta prontitud? Quizá porque estaba constantemente consciente de su propia identidad como el Hijo de Dios. No había ninguna característica o cualidad en él que pudiera ser influenciada por una persuasión engañosa. Jesús rechazó la idea de que un reino material y un poder temporal pudieran agregar un ápice al dominio que Dios otorga, y que él ya poseía.
Al descubrir la Ciencia del Cristianismo, Mary Baker Eddy llegó a la conclusión de que la obra sanadora de Jesús estaba basada en la admisión incondicional de la totalidad y bondad de Dios, y en el hecho de estar incluido en esa totalidad y bondad como el Hijo de Dios. Y como él veía a todos como los hijos y las hijas de Dios, pudo reivindicar la integridad de todos con los que se encontraba. Esto tuvo como resultado la curación del pecado, la enfermedad y aun de la muerte.
Hace poco, tuve una experiencia que me hizo estar consciente de mi propia capacidad para resistir la tentación.
Había ido a la tienda del barrio para comprar algo de alpiste. El dependiente estaba atendiendo a otro cliente, así que, como hago a menudo, le pedí la llave de la sala de almacenaje. Abrí el candado y tomé tres bolsas de alpiste. Estaba a punto de llevarlas a mi automóvil y luego regresar a la tienda para pagarlas, cuando se me ocurrió lo fácil que sería tomar una o dos bolsas más, dejarlas en mi auto, y pagar sólo tres. La tienda confiaba en la honradez de los clientes, y el dependiente ni se iba a dar cuenta.
Pero al mismo tiempo, yo estaba totalmente seguro de que no haría tal cosa. Mi rechazo a la tentación fue inmediato. No hubo ninguna lucha ni argumentación. ¿Por qué la sugestión no tuvo poder sobre mí? Porque tenía la certeza de que yo era honesto, así que un acto deshonesto no tenía ningún atractivo para mí.
Mi negativa a robar un par de bolsas de alpiste, no fue gran cosa. Pero al reconocer que esa sugestión carecía totalmente de poder, de pronto percibí que mi reacción instantánea tenía implicaciones de mucha mayor trascendencia: como el reflejo completo de mi Hacedor, yo poseía la misma facultad para resistir todo lo que le fuera desemejante a Él, no solamente la deshonestidad.
Tenemos el derecho a rechazar todo tipo de tentación, ya sea enojarnos, creer en las leyes de la enfermedad, o ver algo malo en los demás.
También tenía el mismo derecho a rechazar la tentación de perder los estribos, de estar enfermo o de creer en las leyes de las enfermedades contagiosas. Tenía el derecho a negarme a ver a los demás conductores en la carretera como si fueran agresivos, o a ceder a un impulso lascivo, o a creer que pueda carecer de cualquier bien, o aun de temer a la muerte. Me di cuenta de que cualquiera de estas sugestiones eran tan ajenas a mi naturaleza como a la de Dios. No eran parte de Él y por tanto no eran parte de mí, por ser Su imagen y semejanza. Yo podía rechazarlas con la misma autoridad que había demostrado, tan fácil e inmediatamente, sobre la sugestión de robar.
Como la imagen y semejanza de la Mente, incluyo no sólo honestidad sino también pureza, autocontrol, integridad, amabilidad, valor, inteligencia, resistencia, inmortalidad, compasión. Estas cualidades son tanto una parte de mi identidad espiritual, como la honestidad que tan automáticamente reconocí. Estaban todas a mi disposición para reclamarlas como la herencia espiritual de mi Padre-Madre Dios.
Esta experiencia me ha afianzado en mi identidad espiritual. Esta vislumbre de por qué el Maestro podía eliminar las sugestiones satánicas con tanta autoridad, me ha ayudado a contrarrestar con rapidez diversas tentaciones.
Dios lo sabe todo, por tanto, no hay otro saber que ahora esté ocurriendo. No hay una mente satánica que ande por ahí con poder para corrompernos. De modo que si el resistir la tentación en ocasiones parece ser una lucha, ¿no es simplemente porque estamos creyendo que hay más de un Dios, más de una Mente?
Tenemos la capacidad de desechar toda sugestión de que haya un poder engañoso llamado Satanás, o que haya una mente engañada llamada “yo” que pueda responder al mal. Como hijos de Dios, poseemos el derecho y la autoridad para conocernos a nosotros mismos como Él nos conoce: como Su expresión individual completa, pura, perfecta, exenta de pecado, e indestructible.
    