Cuando llegó la Christian Science a mi vida, pesaba sobre mí una sentencia médica preocupante: “irrigación sanguínea deficiente”. Un último especialista de problemas vasculares que consulté, me dijo que no podía ni lavarme las manos con agua fría, y que tendría que medicarme con vasodilatadores por el resto de mi vida. Tenía unas crisis insoportables; consumir helados o bebidas frías me producía escalofríos, y como iba a radicarme en una ciudad a 2600 metros sobre el nivel del mar esto empeoraba las cosas.
Mi esposo, que ya había empezado a estudiar la Christian Science, cuando yo pasaba por una de aquellas crisis me mostraba este horizonte sanador, afirmando que toda enfermedad carece de Principio creador, que sólo es un sueño y que no tiene el apoyo del amor de Dios. Me hablaba del bien divino como el único poder capaz de despertarme de aquella pesadilla. Recuerdo que me remitía a leer en Ciencia y Salud: “Pero si la enfermedad y el pecado son ilusiones, el despertamiento de este sueño mortal o ilusión, nos llevará a la salud, la santidad y la inmortalidad. Ese despertar es la eterna venida del Cristo, el aparecimiento avanzado de la Verdad, que echa fuera al error y sana a los enfermos. Ésa es la salvación que viene de Dios, el Principio divino, el Amor, como fue demostrado por Jesús” (pág. 230).
La gran esperanza que me transmitieron sobre el poder sanador del Amor, me trajo salud y me permitió asistir a una cena en compañía de un conferenciante de la Christian Science que nos visitó aquellos días.
Allí el tema obligado fue la curación por medios espirituales, basada en la comprensión del origen espiritual del hombre. Yo absorbía como una esponja aquella disertación, y comenzó a revelarse en mí el hecho de que mi herencia no era material, sino que venía de Dios mismo, el Espíritu, y que esa herencia no incluye mal ni enfermedad alguna. Pude ver que mi verdadera identidad estaba constituida de ideas espirituales, todas buenas, en lugar de ser un cuerpo material. No pedí ayuda por medios espirituales en esa ocasión, ni se mencionó entonces mi problema, pero sé que allí comenzó mi despertar de aquel sueño falso.
A partir de allí me dediqué a comprender mejor este Principio sanador. En proporción a mi obediencia a sus leyes fui nutriéndome y fortaleciéndome espiritualmente para ir venciendo temores específicos, como el temor al clima frío, a prescindir de los medicamentos, y demás.
Pasaron varios años sin sentir molestias y luego, otra vez padeeí una crisis, aunque menos fuerte. Cuando esto ocurrió, estudié en el Glosario de Ciencia y Salud la definición de Jafet, que dice: “Un símbolo de la paz espiritual que emana de la comprensión de que Dios es el Principio divino de toda existencia y que el hombre es Su idea, el hijo de Su solicitud” (pág. 589). Sentí esa paz y alegría de saberme la mimada de Su solicitud, de la atención y cuidado del gran Médico, la Mente divina. Ya no volví a sentir temor de recaer y pude desechar totalmente los medicamentos. Hace veinte años de esto, y ha sido una curación permanente. Desde entonces resido aquí en Bogotá, consumo helados y bebidas frías, y llevo una vida normal y sin problemas.
Estoy segura de que la comprensión correcta de Dios y de mi unidad con Él, como Su hija, soltó las cadenas impuestas por una creencia en la realidad de la enfermedad y me condujo a la libertad. Este despertar, esta venida del Cristo sanador, ocurre en toda época, ahora mismo, y está al alcance de toda la humanidad.
Santa Fe de Bogotá, Colombia
