Muchos periódicos, revistas y programas de televisión han hablado sobre la consolidación y fusión de empresas que resultaron en el despido de empleados con muchos años de servicio. Si bien es cierto que se están produciendo grandes cambios, he aprendido que la seguridad y el bienestar verdaderos descansan totalmente en Dios, cuyo amor es, y siempre será, inmutable.
Después de estar en servicio en la Armada de los Estados Unidos durante la guerra de Corea, comencé a trabajar en una gran compañía naviera, y a lo largo de varios años ascendí a un puesto ejecutivo. En aquel tiempo, otra persona y yo estábamos compitiendo muy fuertemente por ocupar la presidencia de la compañía. En la lucha por lograrlo fui vencido; me forzaron a renunciar, y sólo me dieron una pequeña indemnización. Inicialmente me sentí desolado por la pérdida del empleo y de las relaciones que había disfrutado por tantos años. Tenía que mantener a una familia grande, y teníamos pocos ahorros.
En los días y noches siguientes, luché contra la sensación de que había perdido algo de gran valor y que mi familia debía sufrir las consecuencias. Fueron muchas noches en las que dormí sólo unas cuantas horas. Me despertaba, y el temor de lo que pudiera ocurrir era tan abrumador, que ya no me podía volver a dormir. Finalmente, pude recurrir sinceramente a Dios como el único poder que podría tener algún efecto en mi vida.
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