Hemos comenzado esta sección sobre la identidad con ejemplos de cómo las personas tienden a encasillar a los demás, y esperan que éstos tengan cierto comportamiento debido a su raza, edad, color y otras características físicas. La siguiente declaración de Ciencia y Salud por Mary Baker Eddy explica el origen de tal actitud: "La ignorancia, el orgullo o el prejuicio cierran la puerta a todo lo que no esté estereotipado". Véase pág. 144.
Si Dejamos que la ignorancia, el orgullo o el prejuicio nos guíen, es probable que acabemos esperando que la gente actúe de cierta manera. Y eso que esperamos tiende a ser negativo, aun cuando nuestra experiencia en la vida nos haya demostrado lo contrario. He aquí un ejemplo:
Yo viví por muchos años en Nueva York, conviviendo con personas de todo color y procedencia. Pero en una ocasión, visité una ciudad donde no había estado antes. Y allí estaba yo, una mujer blanca, en un automóvil blanco que se había descompuesto en medio de un barrio de gente de color. Por bajarme de prisa para examinar el motor, cerré el coche con las llaves adentro. A pocos metros había un edificio de departamentos en mal estado y un bar de aspecto sórdido al otro lado de la calle. Estaba anocheciendo, y no había ningún teléfono cerca.
Además de estar preocupada por el coche, no sabía cómo sería recibida una persona blanca en ese barrio, quizá le tuvieran antipatía a la gente blanca, quizá tuvieran también ese sentimiento hacia mí.
Blanco y negro, blanco y blanco; no importó el estereotipo que se me presentó mientras estuve en esa ciudad, la única Mente, Dios, siempre nos vio como Sus hijos: amorosos, inteligentes y buenos.
Todo esto pasó rápidamente por mi pensamiento, junto con una ferviente oración a Dios, que yo sabía que es la Mente divina. Ciencia y Salud declara con firmeza: "Mente es Dios. Lo que extermina al error es la gran verdad que Dios, el bien, es la Mente única y que el supuesto contrario de la Mente infinita —llamado diablo o mal— no es Mente, no es Verdad, sino error, sin inteligencia ni realidad". Véase pág. 469. Yo contaba con este exterminador para eliminar todo odio o temor en mí, o en cualquiera con quien me encontrara. Escuché la guía de la inteligencia divina.
En instantes, un afroamericano se me acercó, me sonrió y se presentó como el reverendo a cargo de ese barrio. Le expliqué mi problema, y me llevó a una oficina desde donde llamé a un camión grúa. Cuando regresamos, el coche estaba rodeado de gente, que el reverendo me presentó. Intercambiamos entre todos opiniones sobre el problema del auto y comentamos sobre las actividades de la iglesia. No sólo no sentí temor, sino que me sentí bien recibida.
Sin embargo, cuando llegó la grúa, que manejaba un hombre blanco canoso, todos se alejaron rápidamente. Mientras trataba de abrir la puerta de mi carro, me dijo lo peligroso que era el lugar en el que mi coche se había descompuesto y qué suerte tenía de estar a salvo. Me subí a la grúa desconcertada por su comentario, pero continué orando.
Viajamos hasta un garaje en malas condiciones, ubicado en lo que me pareció un barrio peor que el que habíamos dejado. Por un momento tuve miedo al ver que personas de diferentes tipos, todos blancos y algo desaseados, iban y venían. Yo me preguntaba: ¿Me cobrarán demasiado? ¿Estoy segura con estas personas?
Sin embargo, me di cuenta de que la única Mente, que me había ayudado en la primera ocasión, ciertamente también estaba gobernando en ese momento. El efecto de esta oración fue que empecé a sentirme más tranquila.
Cuando terminó de reparar el auto, el hombre me dio una factura cuyo importe fue menor a la mitad de lo que yo esperaba, y me dijo: "No quiero que me pague hasta que llegue a casa. Continúe con sus vacaciones y no se preocupe. Mi auto se descompuso una vez que estaba de viaje, y un mecánico fue amable conmigo; yo quiero hacer lo mismo con usted".
Blanco y negro, blanco y blanco; no importó el estereotipo que se me presentó mientras estuve en esa ciudad. La única Mente, Dios, siempre nos vio sólo como Sus hijos: amorosos, inteligentes y buenos; perfectos, exactamente de la manera en que la Mente nos hizo.