Me sentía muy preocupado por las historias de racismo que conocía. Y lo que más me sorprendió fue la manera en que mis oraciones, en busca de nuevas ideas sobre el particular, fueron contestadas. Ocurrió cuando estaba trabajando en nuestra granja en Carolina del Norte. Había estado cortando árboles para construir una cerca alrededor del pastizal, cuando decidí tomarme un descanso. Sentado en el bosque, miraba a los árboles hacia arriba, y comencé a notar que se movían juntos con la brisa suave. Las ramas de un árbol se movían en consonancia con las ramas de otro árbol, sin molestarse las unas a las otras. También observé que los árboles que habían crecido muy cerca entre sí, habían desarrollado ramas alternadamente, de modo de no perturbar a las del vecino. Casi parecía como si se estuvieran abrazando. Al mirar alrededor, también noté que cuando los vientos fuertes habían derrumbado algunos árboles, éstos eran como acunados en las ramas de los árboles más fuertes que habían soportado el embate de los elementos.
Todo esto me dio mucha inspiración, pero no lo asocié con cuestiones raciales hasta que observé que los árboles eran de muchas variedades diferentes, álamos, cedros, robles, pinos, acebos, y muchos otros que no podía identificar. Los cedros abrazaban al roble, el acebo les hacía cosquillas a los pinos, y el álamo se elevaba por encima de todos ellos como dando abrigo a sus queridos amigos.
Puede que esta ilustración suene un poco simple para un problema tan serio como el racismo, pero me dio una perspectiva por la cual yo había estado orando. Pensé que yo era como uno de esos árboles, respondiendo a la necesidad de mis vecinos, obteniendo mi fortaleza y mi seguridad siendo compasivo y cuidando de los demás, reflejando el amor imparcial de Dios, que todo lo rodea. Recordé un pasaje de la Biblia que dice en parte "las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones". Apocalipsis 22:2.
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