Cuando la gente se entera en qué barrio vivo, me preguntan si allí es seguro vivir, y quieren saber de las pandillas y el crimen. Antes de contestar generalmente hago una pausa, porque mi pensamiento se inunda con imágenes de vecinos, con nombres de miembros de las pandillas, y con sonidos de disparos y sirenas.
Casi he perdido la cuenta de las veces que he estado mentalmente de rodillas en oración. Pero también perdí la cuenta de las veces que he visto la mano de Dios interviniendo tiernamente: uniendo, tranquilizando, o neutralizando un conflicto.
Esas situaciones han sido, y continúan siendo un problema. Pero también son una posibilidad de crecimiento, llena de esperanza y confianza, teniendo éstas una base firme en la promesa que Dios ha hecho a todos Sus hijos: que vivimos, nos movemos y somos en Él. Debido a esta promesa, nada ni nadie nos puede arrebatar la paz en los barrios, en las familias, en nuestros corazones.
La paz verdadera y todo lo que ella incluye —amabilidad, comprensión, igualdad y progreso—, es una ley de Dios, y por consiguiente, es inseparable de nuestra naturaleza. Todos podemos descubrir esta ley en acción en nuestra conciencia en este mismo momento; se presenta en forma de intuiciones e impulsos, que nos dirigen y nos dan confianza. Esta voz interior algunas veces es muy suave, en otras es fuerte, pero siempre llega con la seguridad, la calma y la convicción de la lógica divina. Esto es la evidencia del Cristo, la revelación de Dios mismo, mostrándonos que somos Su expresión misma.
No hay lugar donde el Cristo no esté ahora obrando, animando, reprendiendo, iluminando y sanando; y por tanto, no hay lugar donde podamos estar aislados del poder y la presencia de Dios. Siempre podemos recurrir a la autoridad que es inseparable del concepto correcto de quiénes somos, y afirmarnos en ella.
Una noche, hace un tiempo, tomé un transporte público para regresar a casa. Me sentía inquieta, y escogí el autobús porque me pareció que sería un medio de transporte seguro, pero aún sentía bastante temor. Yo era la única mujer en el autobús, y además, una vez que bajara, tenía que caminar entre cuatro y cinco cuadras para llegar a casa.
Esa noche, el trayecto del autobús a la casa fue tranquilo. No tenía prisa: escuché el sonido de la nieve crujiendo bajo mis pies, observé las estrellas y los aviones.
En el trayecto, yo oraba; estuve en comunión con Dios, como mi Padre-Madre. Pensé en todo lo que había aprendido sobre la omnipresencia y el poder del amor de Dios. Comencé a pensar en cómo en ese momento, Dios me veía a mí y a todos los que estaban a mi alrededor, o sea como ideas espirituales y puras. En ese momento quedé libre del temor, y me llené de admiración al reflexionar sobre lo maravilloso y lo valioso que es cada uno de Sus hijos para El. Hecho por Sus manos, a Su imagen, cada uno de nosotros existe para expresar más plenamente a Dios, para expresar el Amor, la Vida y la Verdad. Ciertamente esta expresión no incluye predisposición alguna al temor, a la violencia ni a los ataques.
Cristo Jesús no podría habernos dado un ejemplo más perfecto de cómo podemos combatir el temor y el odio con amor, perdón y compasión. Poco antes de la crucifixión, el gobernador romano Poncio Pilato, le dijo: "¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?" Jesús contestó: "Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba". Juan 19:10, 11. Él ya había demostrado este hecho de muchas maneras, y allí, aun en el momento de la crucifixión, él pudo afirmar la impotencia del mal en cualquier forma que pretendiera quitarle la vida, que era la expresión de Dios.
El Maestro profetizó que "habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas... desfalleciendo los hombres por el temor...", y agregó: “Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca”. Lucas 21:25, 26, 28. La verdad es que no es difícil percibir estos signos alrededor de nosotros; los noticieros están llenos de informes de conflictos étnicos, pleitos entre pandillas, y asesinatos. En medio del horror y la desesperación de estas noticias, podemos hacer tal como Jesús nos aconsejó. Podemos “[levantar nuestra] cabeza”, podemos ver más allá del aparente problema de la situación humana, hacia el control de Dios, que es constante y está siempre presente.
Esa noche, el trayecto del autobús a mi casa fue tranquilo. No tenía prisa: escuché el sonido de la nieve crujiendo bajo mis pies, observé las estrellas y los aviones. Sentí la sensación de libertad que viene al saber que estoy en las manos de Dios, porque vivo en el Espíritu, Dios. Él me acompañaba a casa, a mí y a todos, en todas partes, en ese momento y siempre. Tuve la firme convicción y confianza de que no importaba con quién me encontrara, habría paz, seguridad y bendiciones. Vi con mayor claridad, que la comprensión de la totalidad de Dios, era más que suficiente para neutralizar cualquier sugestión de que el mal se me pudiera presentar como persona, lugar o cosa.
En conclusión, esta conciencia de la paz, incluía un sentido más profundo de la inocencia inherente a todos los hombres; y es inevitable que finalmente esto salga a la luz. Allí donde terribles injusticias parecen estar sucediendo, siempre está ocurriendo algo mucho mayor, algo indestructible, incorruptible y listo para ser descubierto. La integridad de nuestro verdadero ser que nos mantiene seguros, está muy por encima, y más allá de cualquier cosa que alguien nos pueda hacer.
La curación de las necesidades del mundo no se logra con una sola oración; es un esfuerzo continuo, una disposición a hacer frente mentalmente a las pretensiones del mal conforme éstas vengan a nosotros, aparentando ser nuestros propios pensamientos. En un poema titulado “Satisfecho”, Mary Baker Eddy escribe:
La curación de las necesidades del mundo no se logra con una sola oración; es un esfuerzo continuo.
¡Sentidos ciegos, idos ya!
pues bueno es Dios;
y al conocerle, la verdad
vence el temor.
Del fiero mal la esclavitud
rompe el Amor;
la Ciencia es fuerza,
Vida es luz,
y es Todo Dios.Himnario de la Ciencia Cristiana, No 160.
Nuestra confianza en Dios, si es sincera y constante, realmente nos liberará del temor y del peligro. Esta labor allanará el camino para que otros descubran y perciban la sensación de paz y seguridad, que viene cuando comprendemos la bondad de Dios. En el corazón de nuestras ciudades, nuestras familias, nuestras vidas, la protección de la Verdad es sólida; y podemos combatir el temor, el odio, el resentimiento y el prejuicio, con la certeza de la totalidad del Amor divino.