Cuando la gente se entera en qué barrio vivo, me preguntan si allí es seguro vivir, y quieren saber de las pandillas y el crimen. Antes de contestar generalmente hago una pausa, porque mi pensamiento se inunda con imágenes de vecinos, con nombres de miembros de las pandillas, y con sonidos de disparos y sirenas.
Casi he perdido la cuenta de las veces que he estado mentalmente de rodillas en oración. Pero también perdí la cuenta de las veces que he visto la mano de Dios interviniendo tiernamente: uniendo, tranquilizando, o neutralizando un conflicto.
Esas situaciones han sido, y continúan siendo un problema. Pero también son una posibilidad de crecimiento, llena de esperanza y confianza, teniendo éstas una base firme en la promesa que Dios ha hecho a todos Sus hijos: que vivimos, nos movemos y somos en Él. Debido a esta promesa, nada ni nadie nos puede arrebatar la paz en los barrios, en las familias, en nuestros corazones.
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