Ella Necesitaba trabajar. Estaba viviendo con sus hijos en casa de unos parientes. Había venido de México a los Estados Unidos con la determinación de brindarle una mejor vida a su familia. Estaba embarazada. No hablaba inglés. No tenía documentación. Y no obstante, a pesar de la difícil situación que atravesaba, me aseguró que vivía mejor que en su país.
Una noche me ofrecí a llevarla a su casa con el coche. Estábamos conversando, cuando de pronto sintió náuseas. Me detuve al costado de la carretera y allí me contó que estaba teniendo un embarazo difícil. Hablamos un poco sobre Dios. Le dije que Dios era Amor y que la quería mucho. Cuando llegamos a su casa, le pregunté si podía orar por ella, y estuvo de acuerdo.
En el camino de regreso, me pregunté cómo podría orar. Tantas eran las cosas que parecían necesitar curación en la vida de esta señora. Entonces le pregunté a Dios, el amoroso Padre-Madre de todos, qué necesitaba comprender en mi oración. De inmediato, me di cuenta de que sólo había un concepto que necesitaba comprender espiritualmente sobre ella: que estaba en casa, en Dios. Ella no estaba separada de su hogar y de su familia. No estaba separada del país que amaba ni estaba privada del afecto y amor del ambiente familiar. Como hija amada de Dios, ya vivía en Dios.
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