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La vida de una prisionera es transformada

Del número de octubre de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Les escribo para contarles cuánto aprecio el conocer y vivir las enseñanzas de la Christian Science. Me crié en un hogar cristiano cálido y amoroso, donde la iglesia era una parte muy importante de mi vida. No obstante yo seguía teniendo preguntas. De adolescente me preguntaba si el compromiso religioso como yo lo conocía, realmente llegaba a lo más profundo de los sermones y de los estudios y cantos de la Biblia que yo escuchaba.

Después de casarme, seguí con mi tradicional preferencia religiosa, y luego me vi arrastrada hacia un mundo que me dijeron nunca podría dejar. Esta fue una relación muy abusiva que llevó a una avalancha de problemas y finalmente a la prisión y a cambios abrumadores. Mis herramientas de sobrevivencia eran los estudios bíblicos y las memorias de las enseñanzas religiosas que había recibido durante mi niñez. Pero el horror continuó durante muchos años. Finalmente, después de muchos años de estar aislada de mi familia y once años de exilio de todo lo que me fuera familiar, terminé en prisión. Allí, asistí a servicios religiosos, y también tomé parte en cada grupo en que podía introducirme, en mi intento de poner mi vida en orden. Me sentía vacía, adormecida. Me sentía abrumada por los años de trauma y traición, y ahora la prisión.

No podía concentrarme ni leer un libro ni siquiera llorar o cantar una canción o hablar con una amiga. Era como una isla perdida y sentía como que mi vida había terminado. Iba a la capilla cada vez que podía, y tomaba literatura para ver si algo me levantaba el ánimo. Un día tomé un ejemplar del Sentinel. Lo leí y releí, y lo guardé en mi bolsillo durante semanas, absorbiendo cada palabra. Me encantaba lo que decía y quería más. Escribí a La Iglesia Madre en Boston, Massachusetts, y pedí más literatura. Finalmente, recibí un ejemplar de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Mientras leía este libro, la abrumadora alteración mental que tenía en el pensamiento desapareció. Los consejeros de la prisión me habían calificado de mujer maltratada. Estaba traumatizada; era un desastre, dormía una hora por vez, y nunca dormía de noche. Toda esta tortura desapareció. Comencé a sentir afecto por la gente que me rodeaba. Sentía como si Mary Baker Eddy hubiera escrito cada página justamente para mí. A medida que leía esta verdad, sané completamente de las cicatrices emocionales, demasiado dolorosas para siquiera hablar de ellas.

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