Parecería que hay algunas lecciones que nunca terminamos de aprender; tal es el caso del perdón. Ciertamente el perdón es una de las lecciones más importantes, y la mayoría de nosotros tenemos muchas oportunidades de practicarlo. El perdonarnos mutuamente es esencial para mantener el gozo, la paz y el bienestar; para elevar nuestra autoestima y dignidad; y para conservar nuestra salud.
Hay un proverbio árabe sobre el tema, que expresa gran sabiduría: "Anota en la arena lo malo que te hagan, y en mármol lo bueno que te suceda. Deja el resentimiento y las represalias, que te empequeñecen, y practica la gratitud, que te engrandece".Prayers for Healing: 365 Blessings, Poems and Meditations from Around the World, Maggie Oman, ed. (Berkeley, Calif.: Conari Press, 1997), pág. 249.
Estas palabras no sólo son sabias, sino inspiradoras. Nadie quiere empequeñecerse; por el contrario, todos queremos crecer, mejorar y fortalecer nuestro carácter. Todos queremos sentir que nuestras vidas van teniendo más sentido, y no que se van haciendo mezquinas. He hablado con gente que se ha enfermado físicamente por el resentimiento, pero también he visto gente que a través de la oración ha recurrido a Dios, y mediante la acción transformadora del Cristo, la Verdad, ha dejado de sentir resentimiento. Sanaron cuando expresaron más perdón, gratitud y gozo.
La disposición para perdonar es una clara evidencia de que estamos aprendiendo a expresar las "misericordias de Dios", como se las llama en el libro de los Salmos del Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento, el discipulado cristiano está íntimamente ligado al perdón mutuo, que es resultado del amor cristiano genuino. Jesús enseñó el perdón en su Sermón del Monte, en el Padre Nuestro, al defender a la mujer sorprendida en adulterio, y en sus parábolas del hijo pródigo y del sirviente que estaba en deuda con un rey.
En cierta ocasión, justo antes de que Jesús enseñara esta última parábola, el apóstol Pedro le preguntó: "Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?" La respuesta del Salvador fue, en esencia, que el perdón debe continuar tanto como sea necesario: "No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete". Mateo 18:21, 22. Entonces Jesús dijo la parábola del sirviente que estaba en deuda con un rey, y aunque éste se la perdonó, el sirviente no quiso hacer lo mismo con un consiervo que le debía. Jesús concluyó la lección diciendo que hay que perdonar de todo corazón "cada uno a su hermano sus ofensas". Véase Mateo 18:23-35.
El vivir esta regla de perdonar "cada uno a su hermano" es realmente vivir la "Regla de oro". Si como lo enseñó Jesús, debemos hacer a los demás como quisiéramos que ellos hicieran con nosotros, el perdonar ciertamente debe estar casi al principio en nuestra lista de cosas por hacer. ¿Cuántas veces en nuestra vida hemos esperado y orado para que alguien nos perdone?
Cristo Jesús practicó lo que predicó. Él nos dio el supremo ejemplo de que el perdonar abre la puerta a la curación y a la redención; a la paz y a la libertad. Él aplicó el poder del perdón a su propia crucifixión, y aun desde la cruz, pudo decir: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Lucas 23:34. Éste fue un perdón limitado; y con él, Jesús no podía ser destruido. Ésta clase de perdón es indispensable para demostrar que la vida es indestructible.
El dominio sobre la conciencia, que nos permite practicar constantemente el perdón cristiano, es el resultado de comprender la lógica y la metafísica espirituales en las que se fundamenta el perdón. La lógica espiritual del perdón se encuentra esencialmente en la realidad de la naturaleza de Dios como Amor divino; en la totalidad del Amor; en el poder del Amor, que siempre está presente y que lo incluye todo; y en el Amor como el creador y sostenedor de toda vida, ser e individualidad. Y de esta divina realidad de Dios como creador, necesariamente resulta que la creación sólo puede expresar la sustancia y calidad de su fuente u origen. El efecto procede de la causa. El Amor divino es la causa de todo ser, el creador de toda vida. Todos somos la creación de Dios, y nuestra verdadera identidad, que es nuestra individualidad espiritual, refleja a Dios. De hecho, reflejamos el Amor divino, y somos Su efecto.
Una vez que nos damos cuenta de lo anterior y aceptamos sus consecuencias prácticas en nuestra vida, no dudaremos de nuestra capacidad para perdonar, o de la necesidad de hacerlo. Ya no nos aferraremos al odio, la ira o el resentimiento; ya no permitiremos que éstos sean una carga en nuestros corazones ni en nuestras mentes, o que mermen nuestro gozo y nuestra paz. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia del Cristo, ha aconsejado a sus estudiantes: "La primera lección a aprender es la de conocerse a sí mismo; al que haya hecho esto, le será natural, por la gracia de Dios, perdonar a su hermano y amar a sus enemigos. Vengarse de un agravio, ya sea imaginario o verdadero, es un acto suicida".Escritos Misceláneos, pág. 129. El perdonar lo malo que nos hagan, salva la vida, y es una poderosa defensa contra lo que la Biblia llama "las asechanzas del diablo". Efesios 6:11.
Perdonaremos naturalmente porque amamos naturalmente; porque somos el reflejo puro del Amor divino. Y viviremos libres porque perdonamos con liberalidad. Todo mal que se nos haga, escribámoslo en la arena, donde la primera cálida brisa del amor de Dios lo borra. Actuando así, no nos empequeñeceremos, por el contrario, aumentaremos constantemente en amor y gracia; creceremos, y tendremos un propósito más profundo en nuestra vida. Tanto el mundo como nuestros hermanos, sentirán la bendición.