Cuando Asistía a la universidad y era miembro de una organización de la Christian Science, descubrí un poema que habían puesto en la puerta en nuestra sala de reuniones. Decía:
Unos querrán ser cristal tallado
y brillar como el arco iris;
Yo quiero ser cristal de ventana
y que el sol brille a través de mí.
Un cristal claro, un cristal limpio,
eso quiero ser,
sin tener que preocuparme por
el temperamento y
la personalidad.
Así haría que el amor
brillara a través de mí,
para que mis amigos digan:
no “Qué precioso cristal”,
sino “Qué precioso día”. — Anónimo
Este poema me ayudó a tener la confianza necesaria para hablar y compartir cosas con los demás, y me ayudó a no estar tan consciente de mí misma. Cristo Jesús dijo: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Mateo 5:16.
El permitir que el amor de Dios brille a través de mí, me da una sensación de libertad. Me permite comprender que no depende de mí, personalmente, el llegar a decir cosas buenas o inteligentes. Dios es el bien. Y es el poder de Dios, y no el poder personal, lo que hace que la luz y la bondad brillen en nosotros. Como Su imagen y semejanza, expresamos naturalmente alegría, inteligencia, honestidad y fortaleza.
Así como el cristal de una ventana debe mantenerse limpio para que el brillo de la luz lo atraviese, así debemos nosotros mantener nuestros pensamientos limpios, libres del orgullo y la envidia, del prejuicio y la crítica. “El amor propio es más opaco que un cuerpo sólido”, escribe Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud. Luego describe el solvente más poderoso que debemos usar para disolver la escoria del amor propio: “En paciente obediencia a un Dios paciente, laboremos por disolver con el solvente universal del Amor la dureza adamantina del error — la obstinación, la justificación propia y el amor propio — que lucha contra la espiritualidad y es la ley del pecado y la muerte”.Ciencia y Salud, pág. 242. Estos sentidos propios son los enemigos que impiden la felicidad y el bienestar porque no permiten que se manifieste el bien.
Un diccionario define la palabra adamantina como la propiedad de una piedra de dureza impenetrable, pero también dice que esa piedra es imaginaria. Podemos reconocer que Dios mantiene nuestra pureza y perfección. La obstinación, la justificación propia y el amor propio nos impiden ver al hombre como expresión divina. Pero la así llamada piedra dura desaparece con el amor todopoderoso de Dios.
