Cuando Era Niña, yo quería una bicicleta con todo mi corazón, pero éramos pobres. Mi maestro de la Escuela Dominical evangélica me había dicho que Dios respondería a mis oraciones. Eso me parecía más prometedor que pedírsela a mis padres, que no tenían dinero. ¡Así que le dije a Dios que quería mucho una bicicleta! Pedí, rogué, probablemente negocié, pero la bicicleta no apareció. Deduje que mi maestro estaba equivocado, y dejé de arrodillarme y rogar por las noches. Aun así, en la mañana de mi décimo cumpleaños, una gran bicicleta roja estaba en la puerta posterior de la casa. De momento pensé que Dios la había dejado allí, así que me sorprendió saber que me la habían dado mis padres que, sacrificándose, habían ahorrado cinco dólares para comprarla de segunda mano. Para mí, ése fue el mayor milagro.
Así, por largo tiempo, concluyeron mis experimentos con la oración. Muchos años después, cuando ya había empezado a estudiar la Christian Science, llegué a comprender que Dios no es una persona corpórea, sino que es el Principio divino, el Amor. Mi comprensión de la oración se elevó; aprendí que la oración no es rogar para obtener lo que uno desea, sino saber que el Amor divino lo posee todo.
Dándose cuenta de que la humanidad necesitaba un concepto más claro de la oración, la Sra. Eddy incluyó el capítulo “La oración” en su libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Ella señala: “¿Quién se pondría ante una pizarra rogando al principio de las matemáticas que resuelva el problema? La regla ya está establecida, y es nuestra tarea hallar la solución. ¿Le pediremos al Principio divino de toda bondad que haga Su propio trabajo? Su obra está acabada, y sólo tenemos que valernos de la regla de Dios para recibir Su bendición, la cual nos capacita para ocuparnos en nuestra salvación”.Ciencia y Salud, pág. 3.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!