Para Mejorar nuestras relaciones con los demás, no es necesario saber cómo un mortal se relaciona mejor con otro mortal, sino abandonar los limitados conceptos que tenemos de nosotros, de nuestros vecinos y de nuestra situación, y descubrir nuestro verdadero ser inmortal, que es la imagen y semejanza de Dios.
El primer capítulo del Génesis en la Biblia, me ha ayudado a ver con claridad la relación indestructible que existe entre Dios y el hombre. Un versículo clave dice: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Génesis 1:26. Por años consideré los términos “imagen” y “semejanza” como si fueran un solo concepto, pero cada uno tiene una connotación diferente. El ser la imagen de algo es representar vívidamente al original. La imagen de Dios, se refiere a lo que refleja exactamente a Dios. Este término muestra que el hombre, es decir, cada uno de nosotros en nuestra verdadera identidad espiritual, tiene la plena posesión de las cualidades y atributos espirituales de Dios. Por ejemplo, como la imagen de Dios, cada uno de nosotros incluye la fuerza, vitalidad, inteligencia, armonía y belleza de la Vida y el Amor divinos.
La frase “semejanza de Dios” indica lo que el hombre expresa. Semejanza es aquello que tiene correspondencia, en naturaleza, al original. Como la semejanza espiritual de Dios, el hombre es la expresión constante de Dios. Por ser el reflejo perfecto del Amor, el hijo querido del Amor, nosotros somos amados, dignos de recibir amor y capaces de amar.
La relación que cada uno tiene con el Amor divino es esencial porque, como reflejo, dependemos de nuestra fuente, Dios, para reconocer nuestra identidad, y poder expresar las cualidades del Amor. La compasiva obra sanadora de Cristo Jesús muestra que cuando comprendemos la naturaleza espiritual del hombre, nos sentimos libres para expresar el amor de Dios, y ser naturalmente amorosos.
Puede que alguien se pregunte: “Muy bien, si el hombre es la imagen y semejanza del Amor, ¿por qué las personas se tratan tan mal? ¿Por qué no todas mis relaciones son felices, sanas y amorosas?” La razón es simple: creer que la vida es mortal, limitada y material. Al no reconocer sus cualidades como el reflejo del Amor divino, muchos hombres y mujeres creen que carecen de algo vital para su felicidad, o creen que no son amados, ni dignos de ser amados, ni capaces de amar.
Sin embargo, la mortalidad no es el estado real del hombre, sino un concepto equivocado del hijo de Dios, y del bien ilimitado que brinda la vida verdadera. Considerarse mortal es creer que uno está separado de Dios. En Ciencia y salud, los términos “mortales”, “hombre mortal” y “mente mortal”, se utilizan para hacer la distinción entre el auténtico hombre espiritual de la creación de Dios y el limitado concepto material de nosotros y de los demás. Ciencia y Salud explica: “Los mortales no son como los inmortales, creados a imagen de Dios; pero siendo el Espíritu infinito todo, la consciencia mortal se someterá finalmente a la realidad científica y desaparecerá, y el verdadero concepto del ser, perfecto y eternamente intacto, aparecerá”.Ciencia y Salud, pág. 295.
Una mujer que conozco sanó de soledad y de falta de una buena compañía. Ella había tenido relaciones donde a menudo había violencia, sensualidad e infidelidad; así que empezó a orar para tener relaciones más satisfactorias y sanas. Mi amiga sabía que la oración es una fuerza importante y vital para alcanzar el bien; y que para que fuera eficaz, debía estar dispuesta a recurrir a Dios con un corazón honesto y receptivo, y escuchar la dirección de Dios. También comprendió que sus oraciones no cambiarían a Dios ni la naturaleza de Su amor, sino que cambiarían su propia percepción al cambiar sus pensamientos y su vida para que estuvieran en conformidad con los requisitos del Amor divino.
Sus oraciones la llevaron a hacerse una pregunta: “¿Qué es lo que realmente busco en una relación?” Su respuesta fue: alegría, amabilidad, ternura, fortaleza y afecto puro. Se le ocurrió que si honestamente deseaba una compañía con estas cualidades, no tenía que esperar para encontrarlas en alguna otra persona, porque ella ya las incluía como parte de su verdadera naturaleza. Por lo tanto, podía empezar de inmediato a expresarlas con mayor constancia en su propia vida. Su oración la impulsó a actuar en conformidad con lo que estaba aprendiendo de su perfecta relación con el Amor divino. Empezó a valorar, aún más, su verdadera naturaleza amorosa; se dio cuenta de que era digna de ser amada y sentía más amor por los demás. Además, empezó a reconocer las cualidades de Dios que los demás expresaban. Se podría decir que ella estaba más acorde con su sentido espiritual.
Después de aproximadamente tres meses de esforzarse por expresar las cualidades del Amor, de forma inesperada mi amiga conoció a alguien. En el primer intercambio que tuvieron, ella vio en él muchas de las cualidades con las que había estado tan íntimamente acompañada. Sus ojos fueron abiertos para ver la auténtica naturaleza espiritual como hijo de Dios, ¡y a ella le encantó lo que vio! Fue amor a primera vista para ambos; pronto se comprometieron y después se casaron. Muchos años y tres hijos después, continúan con un matrimonio feliz, comprometido y sano.
El cumplimiento del deseo de tener una buena relación, no implica que haya que estar a la espera del momento oportuno sin hacer nada, o que sólo tengamos que esperar ilusionados a la Sra. o al Sr. Perfecto. Tampoco implica que haya que salir con todo el mundo, y con esto dejar de lado la oración, y buscar compañía guiados por la suerte y el temor. Por el contrario, las ilusiones vanas o el temor, bloquean nuestra capacidad natural para escuchar lo que Dios nos está diciendo sobre nuestra verdadera identidad, que es completa por ser Su imagen y semejanza.
La oración eficaz incluye el escuchar, y el escuchar incluye el estar dispuestos a oír y comprender, y luego actuar de acuerdo con lo que el Amor divino nos muestra del bien que ya tenemos a mano.
