Al Principio, dos historias, publicadas en el mismo número de una revista, parecían tan diferentes como el día y la noche. Una contaba que cenizas volcánicas iban sepultando poco a poco la isla de Montserrat en el Caribe. Tammerlin Drummond, “Under the Volcano”, TIME, 1° de septiembre de 1997, pág. 42 — 43. El artículo describía playas, granjas y pueblos que en alguna época habían sido un paraíso para los residentes y los turistas, pero que ahora eran simples montones de grava. La fotografía que lo acompañaba daba una imagen igualmente triste de la isla. Bajo la sombra del volcán, la antes exhuberante vegetación se había transformado en un yermo, un desierto en cualquier dirección que uno mirara.
En cambio la otra historia todo era alegría: era la foto de dos jóvenes vestidas para ir a una fiesta. James S. Kunen, “It's Ain’t Us, Babe”, Ibid.., pág. 66 — 67. Pero el lector muy pronto descubre que esas sonrisas ocultan un gran vacío en sus vidas. “Nada vale la pena. No hay nada intreresante”, decía una de ellas. “No hay futuro, ni a dónde ir”. Esta historia, trata sobre otro tipo de desierto. El desierto que uno puede tener dentro. “No hay otra cosa que hacer más que entretenerse, ya sea que uno participe, o simplemente observe”, dice una joven de quince años. Michael Frish es profesor de historia, y está siempre en contacto con adolescentes que se sienten así. Él dice: “Es muy difícil hacerles ver que pueden producir un cambio, ya sea en ellos mismos o en lo que los rodea...”
El profesor destaca un punto muy importante que debemos tener presente, ya sea que nos enfrentemos con un yermo dentro de nosotros o a nuestro alrededor; tenemos la capacidad de cambiar nuestra vida. Siempre hay un camino que nos lleva hacia la seguridad, la felicidad y una vida llena de logros.
Aunque sintamos que estamos caminando sin rumbo en un desierto — lo que Ciencia y Salud describe como “soledad; duda; tinieblas” Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud, pág. 597. — esa situación llena de problemas no tiene por qué seguir siendo oscura y solitaria. Es una oportunidad para recurrir a Dios como nunca antes, buscando con todo nuestro corazón Su respuesta. Al hacerlo, descubrimos que la ayuda de Dios está a nuestro alcance, donde siempre ha estado. Las ideas sanadoras que salvan la vida nunca pueden estar ausentes. Tenemos que darle las gracias a Dios por ello. Él es el origen de esas ideas; la Mente divina siempre presente. El libro de Jeremías representa a Dios diciendo: “Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón”. Jeremías 29:13.
Cuando el amor de Dios inunda nuestro corazón, es como si se hubieran abierto las compuertas de un dique.
Podemos contar con la ayuda de Dios porque es infinitamente sabio y amoroso. Su naturaleza revela la sabiduría divina, que nos muestra claramente el camino. Su amor nos brinda consuelo y cuidado naturalmente. Cuando para los sentidos materiales parece que la vida carece de sentido, que no tiene esperanza, como si nos hubieran abandonado, allí mismo nuestro sagrado Padre está brindando a Sus hijos e hijas la luz, alegría, dirección y cuidado espiritual que necesitan. Es a través de la oración y la percepción espiritual que estamos en comunión con nuestro tierno Hacedor, que todo lo sabe; que sentimos que Su mano nos guía mostrándonos lo que debemos hacer; que aprendemos a seguir Su dirección y beneficiarnos con Su cuidado. Como Moisés muy bien le recordara al pueblo de Israel, Dios había estado presente a cada paso del camino, cuidando de cada uno de ellos, día a día, durante todos los años que anduvieron por el desierto: “Jehová vuestro Dios, el cual va delante de vosotros, él peleará por vosotros, conforme a todas las cosas que hizo por vosotros en Egipto delante de vuestros ojos. Y en el desierto has visto que Jehová tu Dios te ha traído, como trae el hombre a su hijo, por todo el camino que habéis andado, hasta llegar a este lugar”. Deuteronomio 1:30, 31.
Si el desierto que enfrentamos es una vida que parece carecer totalmente de felicidad, tal vez como resultado de recurrir al entretenimiento frívolo o a las posesiones materiales para sentirnos bien, debemos aprender que la bondad y la felicidad son espirituales no materiales. Provienen de Dios, el Espíritu divino. Son justamente lo que sentimos cuando actuamos con amor y generosidad, cuando hacemos bien a los demás. En resumen, son el resultado de enfrentar la vida como la imagen y semejanza de Dios, el Amor.
Ese tipo de afecto y generosidad no requiere que tratemos de fingir una personalidad fuera de lo común. Es nuestra verdadera naturaleza como hijos de Dios. Nada nos hace más felices, nada nos da tanta satisfacción, como saber y ser quienes somos realmente; comprender que Dios nos creó para expresar Su amor universal, un amor que ayuda, inspira y sana a los demás.
Cuando nuestra atención está puesta en Dios y el deseo de nuestro corazón es ser semejantes a Él, descubrimos que el efecto es como si abriéramos las compuertas de un dique. Lo que fluye en nuestra vida y toca la vida de los demás, es el amor y el poder de Dios. Alcanza y transforma lo que ante los sentidos materiales parece ser un desierto sediento de amor.
Para la gente de Montserrat, ese amor se puede manifestar en ofrecerles apoyo y abrigo cuando parece que no tienen ninguno. Para los adolescentes que se sienten vacíos, tal vez se les revele que tienen un talento maravilloso y descubren la felicidad que les brinda el usarlo. El hecho es que nuestras oraciones y percepción espiritual nos abren el camino para tener una vida más fructífera, cualquiera sea nuestra situación actual. La Biblia lo resume así: “Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto”. Jer. 17:7,8.
Redactor Adjunto
