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Sanada de polineuritis y anemia aguda

Del número de junio de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Treinta Años me encontraba embarazada y muy enferma. Ya tenía cuatro niños, pero no podía cuidarlos. Estaba postrada en cama, sin poder moverme mucho y con dolores por todo el cuerpo. El diagnóstico del médico era de polineuritis, ñada de una anemia aguda. Me dijo que debido a mi estado físico era aconsejable un aborto, como lo permitía la ley en esos casos. Rehusé seguir su consejo porque tenía mucha esperanza de que Dios me ayudaría.

Yo ya conocía el libro Ciencia y Salud, y lo leía bastante seguido, a pesar de que no iba a los servicios de ninguna Iglesia de Cristo, Científico. El libro me lo había dado una de mis hermanas, porque un hermano había resuelto un problema de negocios al leerlo y pedir tratamiento de un practicista de la Christian Science. Recuerdo que cuando mi hermana me habló por teléfono acerca del libro, yo parecía escuchar una voz que me decía: “Esto es lo que estaba buscando todo este tiempo”.

El médico se dio cuenta de que había ciertos días que yo tenía buena disposición y me sentía mejor, y me preguntó si estaba acostumbrada a leer algún libro especial. Le mostré Ciencia y Salud. Él le echó un vistazo y me instó a que continuara leyéndolo.

A partir de ese momento recibí la ayuda de un practicista de la Christian Science, y abandoné otros tipos de remedios. Hubo días en que no podía leer nada y el practicista venía a mi casa a leerme Ciencia y Salud. Al poco tiempo empecé a comprender que la Mente divina se manifiesta en cada uno de nosotros y que el niño no era producto de mi voluntad. Adquirí un concepto más espiritual de la vida. Dentro de mí se desarrollaba en silencio el entendimiento de la idea de que “...todo el ser es eterno, espiritual, perfecto, armonioso en toda acción” (Ciencia y Salud, pág. 407). Yo mejoraba día tras día.

El nacimiento fue normal y armonioso. Nació una bella niña, saludable y rosada. En vez de las predicciones acerca de la edad y la anemia, tuve también el regocijo de amamantar a la niña durante un año. Hasta la fecha, ella continúa fuerte y saludable.

Después de esta experiencia, mis cinco hijos recibieron tratamiento en la Christian Science cada vez que surgió una necesidad. Cuando se manifestaba algún problema físico en alguno de ellos, mi esposo, quien no es Científico Cristiano, decía: “Si cuando regreso del trabajo el problema no se ha resuelto, llevaré el niño al médico”. Eso, sin embargo, nunca fue necesario. Uno de los niños, por ejemplo, sanó de tonsilitis, otro, de un problema con su crecimiento.

Estoy agradecida a Dios, quien me puso en el camino de la Christian Science e inspiró a Mary Baker Eddy a escribir Ciencia y Salud.


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