Cuando Tenía unos veinte años, me enamoré de un hombre maravilloso. El único problema era que tenía un mal hábito: tomaba drogas por diversión. No era algo que hiciera a diario, sino sólo de vez en cuando, pero en todo lo demás era estupendo. Hice todo lo que pude para que lo dejara, pero al no tener éxito, ignoré el problema.
Estuvimos saliendo formalmente por más de tres años, pero cuando surgió el tema del matrimonio, supe que tenía que hacer un profundo examen de conciencia. ¿Realmente podría comprometerme con alguien que llevaba un estilo de vida tan opuesto al mío? Yo sabía que el matrimonio era un compromiso para toda la vida; así que necesitaba ser honesta conmigo misma y con Dios, para decidir lo que yo estaría dispuesta a soportar, y lo que más ayudara a mi desarrollo espiritual.
En Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy dice: “Son necesarios gustos, móviles y aspiraciones afines para la formación de un compañerismo feliz y permanente”.Ciencia y Salud, pág. 60. Muchos de nuestros amigos se estaban casando, y me presionaban para que siguiera con él. A fin de escuchar más claramente a Dios, y tomar la mejor decisión, le pedí a un practicista de la Christian Science* que orara conmigo. También me tomé una semana de licencia, y recurrí a Dios orando con sinceridad y dedicación, en busca de dirección y guía. Al finalizar la semana, ya tenía tanto la respuesta como el valor para terminar la relación.
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