Cuando Estaba en tercer año de secundaria, era un requisito practicar un deporte durante el otoño. Yo elegí hockey sobre césped. Realmente me gustaba mucho, y practiqué mucho para estar en el equipo.
Nos fue muy bien en la temporada y éramos unos de los primeros equipos de la liga. Una vez, tuvimos que enfrentarnos con un equipo que venía jugando invicto, y nos sentíamos muy entusiasmadas con el partido. Según nuestros planes, no íbamos a perder por una gran diferencia, y yo me hice a esa idea.
No fue fácil. Cuando terminamos el primer tiempo, el otro equipo nos llevaba mucha más ventaja de lo que teníamos pensado. Salí para jugar el segundo tiempo cansada y casi derrotada. No obstante, todavía tenía toda la intención de no dejar que la pelota entrara en nuestro arco. De repente en una jugada, la pelota entró en nuestro medio campo. Una chica del equipo contrario estaba a mi lado. Las dos llegamos a la pelota al mismo tiempo. Lo único que yo pensaba era ¡¡¡PAREN ESA PELOTA!!! Ella levantó el bastón y avanzó, y no le pegó a la pelota, sino que me dio de lleno en la nariz.
La sacudida que sentí fue más grande que el miedo. De inmediato vino el médico. Me dijo que lo más probable era que la nariz estuviera rota y que tomaría tiempo para sanar.
En ese momento, comprendí que de ninguna manera iba a aceptar esa idea. Quería orar. Y alguien del público que era Científica Cristiana entró corriendo al campo de juego para ayudarme.
Comenzó a leerme un pasaje de Ciencia y Salud que empieza diciendo: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro sangre, huesos y otros elementos materiales”.Ciencia y Salud, pág. 475. Me aferré a ese pensamiento mientras me llevaban de regre regreso a la escuela. Gracias a que asistía a un colegio para chicos que estudian esta Ciencia, cuando llegué allí, una enfermera de la Christian Science me estaba esperando. Hablamos un poco, y leí otras cosas que me ayudaron a comprender que Dios me había hecho a Su imagen. Eso quería decir que yo era perfecta, como Él, e indestructible, como Él. Me sentí segura, sabiendo que Dios me rodeaba; y me sentí llena de amor y gozo. Luego me quedé dormida.
Cuando desperté, la hinchazón de la nariz había disminuido considerablemente. Y me sentí lo suficientemente bien como para ir a pasear a un centro comercial.
A los pocos días, ya no quedaban señales de una nariz rota. Mi nariz sanó perfectamente.