La comunicación es parte vital de nuestra vida diaria. Existen muchas formas de comunicarse: telegramas, teléfonos, conversación, medios de comunicación masivos, Internet, etc. Pero lo que realmente importa son los resultados de esa comunicación. Después de una comunicación, a veces nos quedamos con temor, en otras ocasiones nos embarga una inefable alegría; en otras llegamos a un acuerdo, en otras no; algunas conversaciones arreglan cosas, y en otras no se llega a nada. Idealmente, por supuesto, queremos que nuestra comunicación sea clara, sincera y positiva.
Probablemente ya todos hayamos aprendido que no siempre podemos confiar en la comunicación persona a persona. El sentido personal y el egoísmo a veces se atraviesan en el camino. No obstante, Mary Baker Eddy, escribe en Ciencia y Salud que “La intercomunicación proviene siempre de Dios y va a Su idea, el hombre”.Ciencia y Salud, pág. 284. La Biblia en el primer capítulo de Génesis dice que Dios creó al hombre a Su propia imagen y semejanza. De manera que por ser el reflejo de Dios, usted y yo nunca podemos estar separados de Él. La verdadera comunicación consiste en reconocer esta unión y escuchar a Dios en todo lo que hacemos, y así expresar Sus cualidades en nuestro hablar y actuar.
Recuerdo algo que ocurrió hace tiempo y que ilustra este tipo de comunicación. Un día, un detective de la policía iba en el tren, y vio a dos hombres que llevaban un bulto enorme. Pensó que en el bulto sólo había ropa amontonada. Siguió a estos dos hombres, quienes se quedaron en el tren hasta llegar a la última estación. Al bajarse, el detective los obligó a ir a una callecita lateral y les ordenó que abrieran el bulto, porque sospechaba que llevaban objetos robados. Cuando les preguntó cómo la habían obtenido, sus respuestas muy pronto revelaron que estaban mintiendo.