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Consuelo y protección en la cárcel

Del número de julio de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Esta Experiencia que voy a relatar me enseñó que no debemos pasar por encima de las leyes que en nuestro país nos permiten vivir en armonía.

Muchas veces podríamos pensar que “todos lo hacen, no va a pasar nada”, o “es todo una burocracia”. Yo pensaba así en mi trabajo y consideraba que obviar ciertas disposiciones era justificado. Pero eso infringía la ley que debía cumplir para realizar los trámites donde trabajaba, aunque no obtenía beneficio propio alguno ni tampoco era mi intención.

Este error terminó en desastre. Fui retirada del cargo que ejercí durante muchos años, juzgada y condenada a prisión. No podía creer lo que me había pasado ni lo entendía, porque había visto que otros hacían lo mismo.

Fue el peor momento de mi vida. Tenía tantas preguntas sin contestar; y me desesperaba al ver la situación en que ponía a mi esposo e hijos. Necesitaba un consuelo, algo a que aferrarme.

Antes de que me llevaran a la prisión, una amiga querida me entregó un papel donde había escrito: “Dios es Amor’. Más que eso no podemos pedir, más alto no podemos mirar, más allá no podemos ir” (Ciencia y Salud, pág. 6). Vi encima de la mesa el libro donde había sacado ese párrafo pero no le presté atención. Leía estas líneas sin entender; tenía delante de mí una larga condena y me preguntaba dónde estaba Dios. De todas formas le agradecí pues sabía que lo hacía con muy buena intención.

Tres días después de haber sido puesta en prisión encontré en un rincón, entre muchas revistas, el mismo libro de mi amiga. Era Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Pregunté si me lo prestaban y me lo regalaron.

Ahora sabía que Dios estaba conmigo, acompañándome siempre. ¿lmportaba que estuviera en la cárcel? No, Dios estaba allí.

Comencé a hojearlo, y leí: “Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones” (pág. vii). Eso fue mi despertar a las leyes de Dios.

A partir de ahí no lo pude dejar de lado; era mi refugio cuando necesitaba ayuda con los problemas que surgían por la convivencia y las condiciones de reclusión. La mejor forma de “no tener problemas” era refugiarme en la lectura de ese bendito libro. No sólo era mi consuelo, era mi protección y fuerza para soportar aquello. Hasta pude consolar a mi familia cuando me visitaban, pues creo que la mayoría de las veces yo les daba aliento a ellos.

Después de cuatro meses de encierro conocí a alguien que estudiaba la Christian Science y que venía a visitar a una persona en mi misma condición. Di gracias a Dios por ese encuentro que me ofreció más luz. Ella me proporcionó el Cuaderno Trimestral de la Christian Science y así comencé a estudiar las Lecciones Bíblicas.

Ahora sabía que Dios estaba conmigo allí mismo, acompañándome siempre. ¿Importaba que estuviera en la cárcel? No, Dios estaba allí. Comencé a reconocerme como una idea perfecta de Dios, como Su reflejo espiritual, libre de toda condena, y esto me trajo bendiciones. Según la condena, no se me permitía salir antes de cumplir por lo menos dieciocho meses de pena, pero a los cinco meses me empezaron a dejar salir para realizar diariamente obra social de integración en instituciones del estado. Esto me permitía estar fuera del recinto durante el día y mi familia me podía ver en un ambiente más grato.

Comencé a trabajar duramente en un hogar de ancianos, realizando tareas que a nadie agradaba realizar. Pero yo quería hacerlas, sin quejarme, agradecida cada día de esta forma de poder servir a Dios, aceptando humildemente la oportunidad de poder estar libre físicamente. Pero también me sentía libre espiritualmente. Dios me daba fuerzas cada día para seguir adelante. Él me dio el amor de mi familia que me apoyaba incondicionalmente. Cuando sentía temores o enfrentaba enfermedades, recurría a la Mente divina. Mi vida había cambiado. Sentía un verdadero arrepentimiento, y el estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud iban labrando en mí el verdadero concepto de lo que soy como hija libre de Dios.

Conocí a una practicista de la Christian Science que me ayudaba a orar y me alentaba a seguir adelante cuando mis pedidos de libertad anticipada eran negados. Comencé a asistir a los servicios religiosos de una iglesia filial de la Christian Science cerca de mi ciudad. Uno de los Científicos Cristianos allí me enseñó a utilizar las concordancias de los escritos de la Sra. Eddy, y con esta ayuda pude orar más profundamente. Comencé a orar con ideas de ley y justicia. Pronto, empecé a ver que mi expediente penitenciario se iba diligenciando más rápidamente. Habían pasado más de dos años, tiempo establecido por la ley para adjudicar la libertad anticipada en casos de buena conducta y labor de obra social.

Un sábado, comencé a orar reflexionando sobre las ideas del pasaje bíblico de los Hechos donde Pedro es encarcelado y luego liberado por el ángel de Dios. “Levántate pronto”. “Cíñete, ... Envuélvete en tu manto” (12: 7, 8), fueron las frases más importantes para mí. Me di cuenta de que debía espiritualizar mi pensamiento y “envolverme” en la Verdad que me abrazaba. El lunes me anunciaron que había sido aceptada mi libertad anticipada.

Todo esto que me pasó me hizo ver que cuando respetamos las leyes nos estamos respetando a nosotros mismos y a nuestros semejantes; estamos cumpliendo con el sexto artículo de fe de la Christian Science que dice: “Y prometemos solemnemente velar, y orar por tener en nosotros aquella Mente que estaba también en Cristo Jesús; hacer con los demás lo que quisiéremos que ellos hicieren con nosotros; y ser misericordiosos, justos y puros” (Manual de La Iglesia Madre, pág. 16).

Dios nos muestra el camino en todo lugar, aun en la cárcel.


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