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El río milenario

Del número de julio de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El año pasado el Christian Science Sentinel invitó a sus lectores, cualquiera fuera su edad o religión, a que escribieran un ensayo en respuesta a las siguientes preguntas: ¿Qué progreso moral y espiritual piensa que habrá en este nuevo milenio? Y, ¿de qué manera ayuda su oración e iniciativa?

A continuación presentamos el ensayo que obtuvo el Primer Lugar dentro de los colaboradores mayores de 21 años.

Hace más de dos mil años, un profeta del Antiguo Testamento descubrió un río celestial cuyas nacientes estaban en el Paraíso. Con el tiempo, su descubrimiento fue puesto por escrito, y hoy figura en el libro del Génesis:

“Y salía de Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro brazos. El nombre del uno era Pisón; éste es el que rodea toda la tierra de Havila, donde hay oro; y el oro de aquella tierra es bueno; hay allí también bedelio y ónice. El nombre del segundo río es Gihón; éste es el que rodea toda la tierra de Cus. Y el nombre del tercer río es Hidekel; éste es el que va al oriente de Asiria. Y el cuarto río es el Éufrates”. Génesis 2:10— 14.

La descripción que hace el profeta del Edén, el lugar de la naciente del río, es breve —Edén quiere decir “placer” o “deleite” — pero la descripción de los efectos beneficiosos que tiene sobre la tierra es muy significativa. Con el correr del tiempo, la comprensión que tiene la humanidad de la fuente del río se ha profundizado y cobrando fuerza y claridad; y ahora está rodeando al mundo entero. La naturaleza y calidad del progreso moral y espiritual que alcance la humanidad durante el próximo milenio, dependerá sustancialmente de su disposición y habilidad para sondear más aún la fuente de este río celestial.

Contexto histórico

En las épocas bíblicas, el agua potable era muy valiosa. En las tierras áridas, donde había agua había vida. Los pueblos y ciudades surgían cerca de manantiales y junto a ríos y arroyos; donde los ríos se encontraban con el mar, surgían puertos y crecía el comercio. Los ríos también servían como límites y como un medio de protección. Como parte del ciclo interminable que comenzaba con la lluvia que caía en las tierras más altas, y llenaba naturalmente los cauces en su camino al mar, los ríos tenían un significado profundamente simbólico y práctico.

El profeta comprendió el simbolismo de un río y su ciclo de renovación. Por lo tanto, cuando el río del Paraíso se dividió en cuatro brazos, sus valiosas aguas se vieron canalizadas hacia tierras que eran muy importantes. Cada vertiente estaba llena de promesa, y cada tierra que regaba tenía un propósito. La palabra Pisón en hebreo significa “que se dispersa” o “que fluye libremente”. Gihón significa “que sale con fuerza”; Hidekel significa “rápido”, y Éufrates tiene su origen en una palabra cuya raíz significa “que da fruto”.

El río Pisón baña la tierra de Havila, una tierra de oro fino y piedras preciosas. El significado original de Havila es “circular”. El círculo es el símbolo de la eternidad o inmortalidad. El río Gihón “rodea toda la tierra de Etiopía”, donde en épocas antiguas reinaron las Candaces, una estirpe de mujeres soberanas e iluminadas. El Hidekel, también conocido como Tigris, era un río de corrientes rápidas que protegía la frontera norte de Israel de su antigua enemiga, Asiria. Fue el “gran río” en cuyas márgenes Daniel vio a “un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz”. Daniel 10:4, 5. Por último, el Éufrates, el río más majestuoso, grande y largo del sudoeste de Asia, fluye a través de sucesos notables tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

El ímpetu mesiánico y su renovación

La fuente del río celestial fue revelada a la humanidad con la enseñanza de Cristo Jesús de que el hombre es el hijo amado de Dios, con la insuperable obra de curación espiritual que realizó, y su revelación de que el reino de los cielos está a nuestro alcance.

Elevado espiritualmente con esta comprensión más clara de la naturaleza del Paraíso, San Juan también describe el río celestial e identifica su naciente como “un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero”. Apocalipsis 22:1.

Casi a fines del segundo milenio, Mary Baker Eddy, una mujer del Nuevo Mundo, redescubrió el río celestial y sus cuatro vertientes, y dio las siguientes descripciones de su misión y significado espiritual:

PISÓN (río). El amor a lo bueno y bello, y la inmortalidad de éstos.

GIHÓN (río). Los derechos de la mujer reconocidos moral, civil y socialmente.

HIDEKEL (río). La Ciencia divina comprendida y reconocida.

ÉUFRATES (río). La Ciencia divina, que circunda al universo y al hombre; la idea verdadera de Dios; un símbolo de la gloria que ha de venir; la metafísica, que reemplaza a la física; el reino de la justicia...Ciencia y Salud, págs. 593, 587, 588, 585.

La Sra. Eddy renovó la visión antigua, y explicó su significado para este nuevo milenio.

¿Qué progreso preveo?

Las cuatro vertientes del río celestial indican en cierta medida el progreso moral y espiritual que debemos esperar en el nuevo milenio.

EL EFECTO PISÓN

La humanidad se dará cuenta cada vez más que lo que es desagradable a la vista es demasiado costoso y que es indispensable comprender qué constituye la verdadera belleza. Se verá que la belleza no es un lujo raro de obtener, sino un elemento esencial y poderoso del diario vivir. La belleza y la bondad auténticas serán vistas como indicadores de la Verdad. Por su parte quienes puedan percibir el color, la forma y la acción verdaderas, serán empleados y ciudadanos valiosos. La humanidad comprenderá que el apreciar y el deleitarse en el bien y en todo lo que es bello, prolonga la vida, aumenta la flexibilidad y elasticidad, y agudiza la visión.

¿Por qué ocurrirá todo esto tan maravilloso? Porque es la verdadera naturaleza de las cosas. Además, si lo vemos desde un punto de vista práctico, de ello dependerá nuestra supervivencia. La lluvia ácida, la contaminación ambiental, la precipitación radioactiva, las emisiones de dióxido de carbono, éstos y muchos otros, son los problemas que aquejan tanto a los países desarrollados como a los que están en desarrollo. En el pasado, se creía equivocadamente que el desarrollo rápido, el progreso, “lo que es bueno”, debía resultar inevitablemente en contaminación. Hacia allí se encaminaba el mundo desarrollado; ahora hacia allí se encamina el mundo en desarrollo. Sin embargo, esto no puede seguir así. Para que todo el mundo disfrute de un nivel de vida aceptable, tenemos la obligación de comprender y de amar la verdadera belleza; el equilibrio entre el sustento, el deleite y aquello que es inagotable.

EL EFECTO GIHÓN

Cuando los derechos de la mujer se reconozcan moral, civil y socialmente, la humanidad se deleitará al descubrir su propia naturaleza verdadera y tendrá equilibrio en su vida. La depredación, la victimización, la falta de hogar y la sobrepoblación dejarán de existir, cuando se comprenda y viva más plenamente lo que significa el equilibrio divino. El verdadero significado de la individualidad de hombres y mujeres, resultará en una verdadera creación de auténtica riqueza, muy superior a lo que se experimenta actualmente en una bolsa de valores hiperexpansiva. Y nuestros sistemas legales mostrarán un mayor equilibrio entre la justicia y la misericordia.

¿Por qué ocurrirá esto? Debido a la naturaleza verdadera de las cosas; y francamente, no queda otra opción. Las consecuencias sociales que habrá si no se alcanza una comprensión espiritual del ser, serán tremendas. En los Estados Unidos, el sistema penitenciario gasta más dinero para mantener a un recluso que el sistema educativo para instruir a un estudiante. En muchos países la sobrepoblación, especialmente en áreas urbanas, ha congestionado la infraestructura, reducido el verdadero crecimiento económico, y empequeñecido la vida de la gente. Y finalmente, si todo el mundo tiene que alcanzar un mejor nivel de vida, la creación de una riqueza balanceada requerirá que haya mayor igualdad de deberes y derechos en la vida.

EL EFECTO HIDEKEL

La humanidad llegará a comprender que Dios es el Principio divino, y finalmente dejará de pensar que Dios es antropomórfico. El pecado que nos hace creer que estamos separados de Dios, disminuirá. Y cuando desaparezca la creencia de que el pecado no se puede perdonar, estaremos dispuestos a comprender que toda enfermedad es curable, que la muerte no es inevitable, y que el hombre es el hijo amado de Dios.

Este dominio interno se manifestará en dominio “externo". Entonces se comprenderá que los desastres naturales como terremotos, huracanes y calentamiento global, no son algo natural, y por lo tanto, no son inevitables.

Pero para alcanzar esta visión, la humanidad primero tendrá que aprender a pensar en sí misma de manera diferente, especialmente respecto al pecado. A medida que disminuya la creencia de que el pecado es inevitable e ineludible, la humanidad podrá ejercer su dominio sobre los sucesos externos aparentemente inevitables y fuera de control.

EL EFECTO ÉUFRATES

El último río es el que parece ser más promisorio. Mucho se ha escrito últimamente sobre el “fin” de la ciencia, que todas las grandes preguntas ya se han planteado y han sido más o menos contestadas. Si las preguntas se sitúan dentro del contexto de las “constantes” de tiempo y espacio, tal vez esto sea cierto. La física está limitada por estas constantes, casi tanto como el pensamiento de la Edad Media estaba limitado por el “hecho” de que la tierra era plana y que el sol giraba alrededor de la tierra.

Es por esta razón que llegará un momento en que la humanidad optará por reemplazar la física por la metafísica científica. A medida que tratemos de conectarnos más íntimamente con el universo, se descubrirá que la metafísica es el único contexto en el cual se pueden plantear y contestar las preguntas que abrirán estas puertas.

Mi oración e iniciativa

¿De qué manera podrán mis oraciones e iniciativa contribuir a que lleguemos al estado milenario? Los ríos del Edén están dentro de nuestro corazón, y se abastecen de los manantiales de nuestro corazón. Estos ríos no son una cuestión privada, sino que por su propia naturaleza, son comprehensivos e inclusivos. Para que estas aguas corran profundamente en nuestro corazón, los cauces tienen que ser lo suficientemente anchos y profundos. Uno de mis himnos favoritos dice:

Abrid los cauces del Amor
y libre fluirá;
y las corrientes del Amor
a todos llegarán.Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 182.

El trabajo que hago para ampliar mis cauces mentales incluye la lectura diaria del The Christian Science Monitor. El mantenerse al tanto de lo que ocurre en el mundo requiere de esfuerzo, pero en este milenio todos somos, por necesidad, ciudadanos del mundo. Y es que no tenemos otra opción. Tenemos que transformarnos en ciudadanos del mundo y estar al tanto de los hechos que influyen la vida de nuestros congéneres. He identificado sitios claves en el Internet que proporcionan información útil, y me mantengo en comunicación a diario con gente de los Estados Unidos y del extranjero, para enterarme de las cosas que ocurren pero no aparecen en las noticias.

Por último, estoy aprendiendo a escuchar, a desarrollar mi intuición, y a tener confianza en las oraciones que hago por el mundo. Una mañana, estando en la ciudad de México, el aire de la ciudad estaba tan contaminado que me era difícil ver al otro lado de la calle desde la habitación del hotel. Tenía un tiempo libre, así que me pasé la mañana orando. Mi oración se dirigió hacia la fuente espiritual que sostiene a la humanidad: el hombre como hijo de Dios es fundamentalmente puro y no puede ser envenenado moral, sexual, química ni teológicamente. Después de un rato, comenzó a lloviznar y el viento se hizo más fuerte. Para el mediodía, el cielo se había despejado, y se podía ver todo el valle en todas direcciones desde mi habitación en el hotel. La vista era espectacular y hermosa, y así permaneció toda la semana que duró mi viaje.

Voy a continuar orando de este modo por el mundo. Y para que todos podamos realizar esta labor, es necesario estar conscientes de la necesidad, de la oportunidad, para amar. Así podemos llenar los cauces con lo divino.

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