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¡Un calmante, por favor!

Del número de noviembre de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una noche tuve un fuerte dolor de oídos, por lo que mi mamá y yo nos pusimos a orar y a cantar himnos. Yo trataba de verme como una idea espiritual de Dios, pero el dolor era tan fuerte que comencé a gritar.

Poco después llamó mi maestra de la Escuela Dominical y mi mamá le explicó la situación. Mi maestra le dijo que Dios me estaba hablando con su voz "callada y suave" (C y S, pág. 367) y que eso era lo único que podía llegar a mis oídos.

Pero yo quería tomar un calmante, por lo que mi maestra nos dijo que fuéramos a comprar uno, si eso era lo que yo quería, mientras ella seguía orando. Ella sabía que Dios es el único poder y que una píldora no tiene poder para sanar o hacer daño a una persona. Las palabras de la practicista nos tranquilizaron.

Mientras mi mamá trataba de encontrar una farmacia abierta, se puso a cantar el himno No 304 del Himnario de la Christian Science llamado "Apacienta mis ovejas". Al no haber muchos negocios abiertos, fuimos a casa de mi padre en busca de medicamentos.

Como yo no quería que mi padre me viera en aquellas condiciones, mi mamá entró a su casa sola. Más tarde ella me dijo que por primera vez había sentido una atmósfera de amor en aquella casa. Ella no se había dado cuenta de que mi hermano y yo sentíamos esa misma atmósfera cada vez que íbamos allí. Mi mamá se sentía muy agradecida por haberlo descubierto.

Durante el tiempo que mi mamá estuvo adentro, me dormí. De camino a casa, el oído drenó y me sané por completo, sin tomar medicinas. Estoy muy agradecida por esta curación, que fue la más rápida que he tenido.

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