Una noche tuve un fuerte dolor de oídos, por lo que mi mamá y yo nos pusimos a orar y a cantar himnos. Yo trataba de verme como una idea espiritual de Dios, pero el dolor era tan fuerte que comencé a gritar.
Poco después llamó mi maestra de la Escuela Dominical y mi mamá le explicó la situación. Mi maestra le dijo que Dios me estaba hablando con su voz "callada y suave" (C y S, pág. 367) y que eso era lo único que podía llegar a mis oídos.
Pero yo quería tomar un calmante, por lo que mi maestra nos dijo que fuéramos a comprar uno, si eso era lo que yo quería, mientras ella seguía orando. Ella sabía que Dios es el único poder y que una píldora no tiene poder para sanar o hacer daño a una persona. Las palabras de la practicista nos tranquilizaron.
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