Cuando empecé el bachillerato era mal estudiante. Ésa era la imagen que tenía de mí mismo. Me preguntaba: "¿Para qué estudiar?" Hablaba con mis compañeros durante la clase, y a menudo me sacaban afuera por revoltoso.
Fui bastante irresponsable todo el primer año y parte del segundo, y tenía malas calificaciones. Luego, a mitad de año, tomé algunas clases de matemáticas con un estudiante universitario que me explicó las posibilidades que tiene el que sabe matemáticas. Y me pareció muy bueno. Pero todo parecía indicar que no aprobaría el tercer año, y me sentí muy desanimado.
Fue entonces que hablé con mi maestro de la Escuela Dominical. Le dije que empezaba a interesarme lo que estaba estudiando, y que no quería repetir el año. Deseaba entender mejor lo que había empezado a aprender sobre el amor que Dios tiene por Sus hijos, y cómo nos puede ayudar la oración.
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