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¿Necesitas una nueva imagen?

Del número de noviembre de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando empecé el bachillerato era mal estudiante. Ésa era la imagen que tenía de mí mismo. Me preguntaba: "¿Para qué estudiar?" Hablaba con mis compañeros durante la clase, y a menudo me sacaban afuera por revoltoso.

Fui bastante irresponsable todo el primer año y parte del segundo, y tenía malas calificaciones. Luego, a mitad de año, tomé algunas clases de matemáticas con un estudiante universitario que me explicó las posibilidades que tiene el que sabe matemáticas. Y me pareció muy bueno. Pero todo parecía indicar que no aprobaría el tercer año, y me sentí muy desanimado.

Fue entonces que hablé con mi maestro de la Escuela Dominical. Le dije que empezaba a interesarme lo que estaba estudiando, y que no quería repetir el año. Deseaba entender mejor lo que había empezado a aprender sobre el amor que Dios tiene por Sus hijos, y cómo nos puede ayudar la oración.

Lo que ocurre es que por un lado estaba la escuela, la vida diaria, mis amigos; y por el otro la Escuela Dominical. Para mí eran dos mundos aparte. La imagen que quería mostrar en estos dos mundos no era la misma. Yo pensaba que en la escuela, si quieres ser popular, no debes hablar de Dios ni de temas espirituales. También pensaba que para ser aceptado por los amigos no debía ser un buen estudiante.

Pero a estas alturas realmente quería estudiar la Biblia y Ciencia y Salud para resolver los problemas que tenía en la escuela. La razón por la que recurrí a estos libros se remonta a unos años antes.

En aquel entonces, había dejado de ir a la iglesia, y la religión no era parte de mi vida. Luego, un día fui atropellado por una motocicleta y me llevaron al hospital. Después me dijeron que había estado inconsciente en la ambulancia. Pero, por extraño que parezca, yo recuerdo que había estado orando bastante. En el hospital, fui sometido a una cirugía compleja, y aunque pronto me mandaron a casa, no pude regresar a la escuela por varios meses.

Cuando comencé a estar mejor, le pedí a mi padre que me diera un ejemplar de Ciencia y Salud. Él me lo dio y empezó a explicarme su contenido. Conforme hablaba, yo me iba sintiendo muy contento. Empecé a estudiar el libro, y desde entonces no he dejado de hacerlo. En sus páginas, y en la Biblia, he encontrado respuesta a muchas de mis preguntas.

Volvamos a mi escuela y a cómo enfrenté mis problemas escolares. Oré para comprender mejor que Dios está presente todo el tiempo y que, en Su presencia, nada nos falta. Me di cuenta de que para mí era natural ser inteligente; y tuve la certeza de que el esfuerzo que estaba haciendo en la escuela sería recompensado. Mis ideas empezaron a cambiar, y también cambió la imagen que tenía de mis profesores. Empecé a ver que no eran lo que yo pensaba, que no estaban para criticarnos, ni hacernos fracasar o perjudicarnos. Finalmente, aprobé y pasé al último año.

A principios de ese año, mis calificaciones bajaron nuevamente, pero algo había cambiado en mi manera de pensar. No podía volver a la manera en que actuaba antes. Lo poco que había comprendido sobre la inteligencia divina, de lo que Dios es, y de mi relación con Él, me había dado la confianza y el valor para estudiar. Yo me preparaba en casa, luego iba a clase para dar el examen sabiendo que tendría todas las ideas que necesitara. Era tan simple como eso. Cuando me sentaba con el examen delante, ya no pensaba: "No entiendo nada de esto, soy un inútil", sino que mantenía la idea de que soy el hijo de Dios, por lo que he heredado Su inteligencia.

Empecé a prestar atención a los profesores; no me limitaba a las palabras de lo que estudiaba, sino que me concentraba en el contenido de las clases. Hasta que un día, a mediados de año, tuve la calificación más alta en la clase de matemáticas. Se corrió la voz rápidamente por la escuela, porque no concordaba con la imagen de mal estudiante que tenían de mí. Y me siguió yendo bien.

Aprendí que también muchos profesores ven más allá de la apariencia exterior de los estudiantes. Cuando te sientes bien contigo mismo, la gente se siente bien contigo. Ellos ven más allá de la imagen exterior, y descubren cómo eres tú realmente.

Y esto es lo que yo descubrí: mi verdadero yo.

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