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Del número de noviembre de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando empecé el bachillerato era mal estudiante. Ésa era la imagen que tenía de mí mismo. Me preguntaba: "¿Para qué estudiar?" Hablaba con mis compañeros durante la clase, y a menudo me sacaban afuera por revoltoso.

Fui bastante irresponsable todo el primer año y parte del segundo, y tenía malas calificaciones. Luego, a mitad de año, tomé algunas clases de matemáticas con un estudiante universitario que me explicó las posibilidades que tiene el que sabe matemáticas. Y me pareció muy bueno. Pero todo parecía indicar que no aprobaría el tercer año, y me sentí muy desanimado.

Fue entonces que hablé con mi maestro de la Escuela Dominical. Le dije que empezaba a interesarme lo que estaba estudiando, y que no quería repetir el año. Deseaba entender mejor lo que había empezado a aprender sobre el amor que Dios tiene por Sus hijos, y cómo nos puede ayudar la oración.

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