Cuando tenía quince años decidí inscribirme en una escuela técnica de São Paulo para estudiar diseño gráfico. Tuve que dar un examen de ingreso, y puesto que había casi tres mil candidatos para cubrir sesenta vacantes, me sentí muy contenta de haber aprobado y haber sido aceptada en la escuela.
Los estudiantes tenían que registrarse un día determinado del mes. El día antes, mi madre dejó que me quedara a dormir en la casa de una amiga. Al día siguiente, me olvidé que debía registrarme. Pasé todo el día con mi amiga y, aunque sentía cierta ansiedad, no le presté mucha atención.
Cuando me di cuenta de mi error, me sentí horrible. Fui a la escuela con mi mamá, pero me dijeron que quienes no se habían registrado el día señalado habían perdido su lugar. Mi mamá no me criticó. En lugar de eso me sugirió que llamara a una practicista de la Christian Science para que orara conmigo para encontrar una solución. La practicista me recordó que el olvido y la distracción no formaban parte de mí porque era hija de Dios. Dios es la Mente infinita del universo, una mente que no se olvida de nada. Y como soy la creación y expresión de esa Mente, realmente no me puedo olvidar de nada. También hablamos que Dios nos pone en nuestro lugar adecuado. Nadie puede ocupar mi lugar ni yo tampoco puedo ocupar el lugar de otra persona.
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