...en São Paulo, Brasil
Mi madre me regaló mi primer auto para mi cumpleaños, y fue magnífico porque me dio mucha independencia. En la Biblia había aprendido que recibimos cuando damos. De modo que comencé a usar el auto para llevar a mis amigos a distintos lugares y a mis hermanos menores a la escuela, ayudando así a mis padres.
Un día, de regreso a casa, fui interceptado en un semáforo por dos muchachos jóvenes. Uno de ellos se acercó a la ventanilla, me apuntó con un revólver y me dijo que me sentara en el asiento de atrás. Traté de mantener la calma y les pedí que me dejaran bajar del auto, pero ellos no me escucharon. Estudio abogacía, y recordé que mi profesor de Derecho Penal me había dicho que esa clase de individuos son peligrosos, porque frecuentemente están drogados. De modo que en esos casos es importante pensar con claridad y cuidar cómo reaccionamos. Esos muchachos me amenazaron de muerte, diciendo que me iban a arrojar en un lago que hay en las cercanías.
Acurrucado en el asiento de atrás, procuré mantener la calma. Les dije que podían quedarse con el auto y les di todo el dinero que tenía.
Durante todo ese tiempo pensaba en Dios. Eso me hizo sentir seguro. A pesar de las amenazas, sabía muy bien que no podían quedarse con algo a lo que yo tenía legítimo derecho. Y digo "derecho" en el sentido más elevado de la palabra, el derecho divino. Tenía ese auto como resultado de la bondad de Dios para conmigo y para con todos. Y el auto no sólo era útil para mí, sino también para mi familia y mis amigos.
También sabía que el auto me pertenecía de acuerdo con las leyes humanas. Había sido adquirido en una transacción legítima, por lo que no era posible que simplemente apareciera alguien y se quedara con él. En el asiento de atrás también tenía unos libros de la universidad, que eran muy costosos.
En un momento dado, los jóvenes aminoraron la marcha y me dijeron que me bajara. Sentí un poco de temor porque pensé que quizás me dispararan por la espalda. Una de las puertas de atrás se atascó y no la pude abrir. Ellos comenzaron a gritarme" ¡Bájate! ¡Bájate!" Finalmente, pude tomar mis libros y escapar por la otra puerta. Me quedé en el suelo por un rato, contento de estar bien y a salvo. Ellos se llevaron el auto y yo llamé a mi madre por teléfono.
Cuando llegué a mi casa, notifiqué del robo a la policía y al día siguiente fui con mis padres a la comisaría a hacer la denuncia formal del robo.
En mi casa, comencé a evaluar la situación. Entonces me vino al pensamiento el refrán "No hay mal que por bien no venga". Pero en seguida pensé que no tenía mucho sentido. Dios es el bien; Él no manda el mal para hacer algo bueno. Estaba seguro de que esa verdad se aplicaba a la situación de mi auto.
Algunas personas me decían: "Nunca vas a recuperar tu auto. Esa gente los roba, los desarma y vende las partes".
Al día siguiente tenía un examen de una materia en la que necesitaba mejorar la nota. De modo que decidí seguir estudiando. Me di cuenta de que el robo del auto no podía arruinar mi preparación para el examen y que lo que no se origina en Dios no tiene poder para perjudicarme.
Di el examen en paz y obtuve (por primera vez) una calificación de "sobresaliente". Fue el mejor examen de la clase.
Un mes más tarde, cuando regresaba de un viaje de negocios, llamé a mi casa desde un centro comercial al que había ido a comer algo, y mi madre me dijo que la policía había encontrado el auto y que podía ir a buscarlo al día siguiente.
Lo encontré en perfectas condiciones, exactamente igual que antes del robo. Hasta le habían instalado una antena de radio, algo que antes no tenía. Se lo atribuyo a la oración que me dio la seguridad de que no podía perder este auto, este bien, este regalo, y todo lo que simbolizaba.
...en Kinshasa, República Democrática del Congo
En marzo, llovió toda una noche y nuestro salón de clases del décimo grado se inundó. Por la mañana, antes de que comenzaran las clases, tuvimos que sacar el agua del aula con escobas, cepillos y baldes. Mientras estábamos ocupados haciendo esto, sonó el silbato de la policía para saludar a la bandera. Este silbato significa que toda actividad y movimiento dentro del alcance visual de la estación de policía, que está al lado de la escuela, debe cesar.
Esto ocurre todas las mañanas dondequiera que haya una estación de policía. En el pasado, sólo los militares y la policía estaban obligados a saludar a la bandera. Pero con el paso de los años, esta práctica se ha generalizado más. Hoy, los civiles también son encarcelados si no se detienen cuando se está izando o bajando la bandera. Por lo general, suspendemos toda actividad tan pronto escuchamos el silbato. Pero esa mañana no lo escuchamos debido al ruido que estábamos haciendo con las escobas y los baldes.
Cuando terminó el saludo a la bandera, varios policías vinieron a arrestar a toda la clase, pero algunos estudiantes pudieron escapar. Yo estaba en el grupo que fue arrestado Los policías nos amenazaron con azotarnos y meternos en la cárcel. En otras oportunidades, muchos estudiantes y gente de la calle ya habían sido arrestados por esto, así que teníamos mucho miedo.
Yo también tuve miedo de terminar en la cárcel, pero pronto me controlé y comencé a orar. Declaré con firmeza para mí mismo que todos éramos los hijos de Dios, incluso los policías. Y que éramos inocentes porque no habíamos hecho nada malo.
Habían separado a nuestro maestro, y los policías lo estaban amenazando con meterlo en la cárcel también. La forma en que estaba explicando por qué no habíamos escuchado el silbato complicaba las cosas aún más. El director también salió a hablar con la policía.
Yo seguí orando. Entre otras cosas, pensé en algo que dice Ciencia y Salud: "Sólo hay una única causa primordial. Por lo tanto, no puede haber efecto de ninguna otra causa..."Ciencia y Salud, pág. 207. Para mí esto quiso decir que la injusticia y los malentendidos no podían imponerse puesto que Dios, que es el bien, es la única causa. También recordé que la Biblia dice que todo lo que le pidamos a Dios lo recibiremos, siempre y cuando tengamos la certeza de que lo vamos a recibir. Eso me tranquilizó.
Después de un largo intercambio de palabras entre el director y el comisario de la policía, nos permitieron regresar a la escuela, y todo salió bien.
...en Johannesburgo, Sudáfrica
Una fría noche de invierno, en julio del año pasado, salí de la ducha y, vistiendo sólo el camisón, me paré frente al espejo. De pronto me sorprendió oír a mi madre gritándole a alguien. Estábamos esperando que mi hermano regresara y supuse que él la había sorprendido, asustándola. Salí del dormitorio y vi algo muy diferente a lo que me había imaginado: frente a mí había un hombre con un arma semiautomática. Pronto descubrí que habían entrado cinco asaltantes y estaban amenazando a mi madre.
Curioso, pero, en lugar de pánico, sentí una paz muy grande como nunca había experimentado. Fue el momento más calmo y lúcido de mi vida. Me sentí segura y protegida por Dios y eso me permitió ayudar a mi madre y tranquilizar a los asaltantes.
Las palabras del Salmo 23 y del padre Nuestro me dieron gran inspiración en esos momentos. Uno de los asaltantes comenzó a amarrarme mientras los otros llevaban a mi madre al dormitorio. Él me pidió disculpas por lo que estaba haciendo e incluso me dijo que no iba a violarme. Parecía darse cuenta de mi fuerza interior y reconocer quién tenía el poder.
La situación se agravó cuando uno de ellos, el más descontrolado, apuntó a mi cabeza y le pidió a mi madre que le dijera dónde estaban algunos objetos en la casa. ¿Cómo le podía decir a alguien que me estaba apuntando a la cabeza que no tenemos una caja fuerte, que no creemos en las armas y que las llaves del auto estacionado afuera las tenía mi hermano?
Mi madre y yo empezamos a repetir con calma el Salmo 23 en voz alta: "Jehová es mi pastor, nada me faltará. Junto a aguas de reposo me pastoreará". Cuando nos dijeron que nos calláramos, continuamos orando en silencio. Si mi madre o yo hubiéramos tenido miedo, habríamos permitido que éste tuviera poder sobre nosotras. En cambio, nuestra fortaleza y mansedumbre hicieron que todos se tranquilizaran. Los otros asaltantes pudieron entonces persuadirlo para que le pusiera el seguro al arma y nos creyera cuando decíamos que no teníamos lo que buscaban.
Luego nos vendaron los ojos para que no viéramos lo que ocurría. Los oímos saquear la casa y, luego, sacar el automóvil del garaje. Lo cargaron con los equipos electrónicos de la casa, así como con todas las cortinas que arrancaron de los rieles. Al cabo de un rato, reinó el silencio. Empezamos a orar en voz alta otra vez, mientras mi madre trataba de desatarse las manos. Cuando se liberó, corrió a hacer sonar la alarma y cerró con llave la puerta de mi dormitorio. Luego me desató a mí.
Si bien mi padre y mi hermano no habían estado presentes durante este incidente, de alguna manera tuve la inspiración de decirles a los asaltantes, mientras estaban en el dormitorio: "No poseemos ningún arma, y mi padre y mi hermano tampoco".
No sé porqué lo dije, pero después me sentí agradecida de haberlo dicho. Resulta que mi hermano y un amigo llegaron a casa justo cuando los asaltantes se estaban yendo en el coche de mamá. Cuando se acercaron a mi hermano, estaban totalmente tranquilos, como si supieran que él tampoco representaba una amenaza. Obligaron a los dos a salir del auto del amigo y usaron los dos coches para escaparse.
Cuando en Sudáfrica ocurren situaciones como ésta, los ladrones de autos disparan a sus víctimas para evitar que se resistan, pero debido al poder de la oración, nada de eso sucedió. Estábamos seguras de que Dios es el único poder y que ellos no podían lastimarnos.
Ni mi madre ni yo fuimos víctimas ese día. En cambio, Dios nos dio la victoria en la lucha contra la violencia y el crimen.
