Mi padre era distinto de la mayoría de los otros padres. Nunca había sido cariñoso o compañero conmigo, y me parecía que no se preocupaba por mí. De hecho, siempre había mostrado su preferencia por el segundo de mis hermanos. Siempre discutía conmigo, al punto de no llegar a tener ni una sola coincidencia. Todos mis esfuerzos por acercarme a él o llevarme bien, terminaban por aumentar mi frustración y realmente me sentía muy desgraciada. Entonces dejé de hablarle.
Pasó un tiempo, hasta que finalmente, decidí orar por mi relación con mi papá. Esto me ayudó a ver que aunque mi papá era el hijo de Dios, él también cometía errores humanamente y aprendía de ellos, como yo lo hacía. Llegó un día que dejé de preocuparme por tratar de "hacerlo humanamente perfecto", como un padre ideal. Traté de ser feliz, paciente, más compasiva y comprensiva con él. No porque quería cambiar a mi papá, sino porque llegué a comprender cuánto tenía que cambiar yo misma.
Tiempo después leí un artículo que hacía referencia a una carta que la Sra. Eddy le envió a un alumno en la que dice: "La curación se logrará más fácilmente y será más inmediata a medida que usted perciba que Dios, el bien, es todo, y que el bien es el Amor. Debe obtener Amor y perder el falso sentido llamado amor. Debe sentir el Amor que nunca fracasa, ese sentido perfecto del poder divino que hace que la curación ya no sea un poder, sino gracia. Entonces tendrá el Amor que echa fuera el temor, y cuando el temor desaparece la duda se desvanece y su trabajo estará hecho. ¿Por qué? Porque nunca estuvo sin hacer".We Knew Mary Baker Eddy, Second Series (Boston: The Christian Science Publishing Society, 1950, pág. 25. ¡Esa frase me maravilló!
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