Yo siempre quise ser aviador como mi papá. Así que cuando tenía 16 años, tomé el curso de vuelo a vela, lo que se llama comúnmente planeador. Y ni bien recibí la licencia para volar sin instructor, tuve una experiencia que nunca voy a olvidar.
Un día muy lindo, en que había demasiado viento, decidí salir a volar. Una vez arriba, me distraje y me dejé llevar por el viento. En el curso también había aprendido que cuando uno está a doscientos metros de altura, tiene que apuntar hacia la pista, para asegurarse de poder aterrizar. Y así lo hice. Fue entonces que me di cuenta de que estaba yendo contra el viento. Sentí que el avión estaba perdiendo altura y que el viento no me permitía avanzar.
Vi cómo caía el altímetro, y me empecé a desesperar. Allí mismo decidí orar. Comencé a pensar que Dios era la única Mente y que está siempre presente. Y que como hijo de Dios, yo reflejaba inteligencia y sabiduría, así que tenía la habilidad para tener control sobre la situación. El planeador no avanzaba mucho, pero yo sabía que tenía que estar tranquilo, sabiendo que todo estaba en manos de Dios.
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