En el verano de 1998, trabajé de guía en un programa de dos semanas para entrenar futuros consejeros en un campamento en Pennsylvania, Estados Unidos. Era necesario desarrollar muchas habilidades como es el rappel (descenso a soga doble en alpinismo), caminata por senderos agrestes, trepar por sogas, y andar en canoa sobre rápidos. Yo estaba a cargo de doce adolescentes.
En una de nuestras salidas, tuvimos que hacer una caminata de 61 km en tres días. El sendero a seguir era muy empinado, lleno de subidas y bajadas por varias montañas.
El tercer día del viaje, alcanzamos la cima de la última montaña. Sólo restaba bajar hasta un parque estatal donde habíamos arreglado encontrarnos con la camioneta que nos llevaría de regreso al campamento. La bajada es tan empinada que el parque se llama "El Fin del Mundo", porque realmente se siente como que uno va a bajar hasta el fin del mundo.
Ese día había llovido muchísimo y hacía mucho frío. Estábamos caminando por la cuesta con mucho cuidado porque las rocas estaban muy resbalosas. De pronto, vi una roca grande enfrente de mí y pensé con cierto temor: "Tienes que dar un paso con tu pierna izquierda, de modo que si te resbalas, la pierna derecha te puede sostener". Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Fue como Job dice en la Biblia: "me ha acontecido lo que yo temía". Job 3:25.
Avancé con mi pierna izquierda, y la derecha se quedó detrás de mí. El peso de mi mochila me jaló hacia atrás sobre mi lado derecho. Mientras caía, escuché un chasquido, como cuando se rompe una rama. Cuando quise acordar estaba en el suelo con mi pierna derecha totalmente detrás de mí. No me podía mover.
Pensé que me había quebrado la pierna. El dolor era insoportable. Los ojos se me llenaron de lágrimas y veía todo borroso, y tenía ganas de llorar.
Entonces me vino un pensamiento muy fuerte: "'Estad quietos y conoced la gloria del Señor'. Sé testigo de Su poder. Quédate quieto, no te muevas". También recordé las palabras del Salmo 23 en inglés que dice: "Jehová es mi pastor, no quiero nada más". Pensé en lo que significaba esto. Oré entonces: "Jehová es mi pastor no quiero verme como algo que no sea la semejanza de Dios. No quiero ver nada sino Su poder".
Los campistas me rodearon y me preguntaron cómo podían ayudarme. Les pedí que oraran también, y que me permitieran quedarme sentado tranquilo por un rato.
Entonces me vino otro pensamiento: "Dios va a enviar Sus ángeles y te levantarán". Yo sabía que los pensamientos que había recibido eran ángeles de Dios, que me aseguraban que Él estaba presente.
Cinco o diez minutos más tarde, sentí una voz muy fuerte que me decía: "Levántate. No pasó nada". Y así lo hice. El dolor desapareció. Me puse de pie, ajusté mi mochila en la espalda, tomé mi bastón, y seguí caminando. Mi pierna no estaba inflamada. No cojeaba. Y no necesitaba el bastón para caminar. Pude caminar colina abajo con mis campistas. Nos encontramos con la camioneta, como habíamos planeado, y regresamos al campamento.
Mi pierna sanó por completo ese día.
Esta experiencia me enseñó una hermosa lección sobre la importancia de mantenerse espiritualmente quietos y reconocer el poder de Dios. También me demostró lo útil que es haber aprendido el Salmo 23 en la Escuela Dominical de la Christian Science. Lo recordé justo cuando más lo necesitaba.
