ES SÁBADO por la mañana, y una vez más se cierra herméticamente a mis espaldas la gruesa puerta metálica de la cabina a prueba de ruidos. Me acomodo en la silla giratoria, abro el libro que voy a leer durante las próximas dos horas, y me recuerdo a mí mismo: “Lee con calma”.
Me llevó un año de trabajo como voluntario en una institución que hace grabaciones para ciegos, aprender una buena lección sobre cómo se debe leer: “Hazlo más lentamente, absorbe la lectura. Estás por establecer una relación. Si te dejas arrastrar por el ritmo acelerado que te rodea y simplemente tomas el libro y lo lees, te vas a perder algo importante”. Daba lo mismo si se trataba de un libro sobre mercadotecnia, una colección de cuentos de África, o un clásico de Dickens. Descubrí que a mitad de cada sesión yo no sólo me estaba familiarizando con el tema del libro, sino que estaba conociendo a su autor.
Todo esto me hizo pensar en mi relación con un viejo amigo que tengo, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. ¿Cuánto más podría percibir de este libro si tan sólo leyera más despacio, con más cuidado, si buscara en sus rincones, en lugar de leerlo con prisa?
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