Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Escape de un matrimonio abusivo

Del número de julio de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Se forma un talento en la calma; en la corriente del mundo un carácter.

Johann Goethe

MI ESPOSO y yo éramos muy jóvenes cuando nos casamos. Luego él se alistó en la Marina y comenzó a apostar y a regresar a casa ebrio. Esta situación se repetía con frecuencia.

Mientras tanto, los niños y yo estábamos recibiendo maravillosas curaciones por medio de mi estudio de la Christian Science, y creo que esto se convirtió en una amenaza para él porque, reflexionando ahora, pienso que probablemente sentía que estaba perdiendo el control sobre mí. Yo recurría y dependía cada vez más de Dios, y menos de mi esposo, para todo.

En casa había mucha tensión. Él era muy irascible, tanto que casi no nos animábamos ni a respirar cuando estábamos cerca de él. La situación era muy atemorizante porque no sabíamos cuándo iba a perder el control y maltratarnos físicamente. Me castigaba más a mí que a los niños. Ante cualquier gesto de defensa que yo intentara hacer, ya fuera verbal o de cualquier otro tipo, me amenazaba con que iba a matarme a mí o a nuestros hijos. Esto sucedió muchas veces y yo estaba muy asustada.

Lo peor era que yo sentía que estaba equivocada y que era la culpable de todo; que si lograba ser una persona mejor él nos querría y la situación sería más armoniosa. Sin embargo, por medio de la lectura de la Biblia y de Ciencia y Salud encontré el aliento que necesitaba y le pedí a un practicista de la Christian Science que orara por nosotros. Gradualmente, las ideas comenzaron a afirmarse y obtuve cierto control y una sensación de seguridad. Sentí que podía apoyarme en Dios y que estaríamos a salvo. Sin embargo, el cambio en mi pensamiento no fue rápido.

Empecé a entender que yo era el reflejo de Dios y que tenía mi propio valor como individuo y que Dios me apreciaba; que me había creado espiritualmente con cualidades que eran valiosas para Él y para mis hijos. Paulatinamente fui ganando una paz más elevada al entender que Dios me había creado para reflejar Su Paternidad y Maternidad. También recuerdo bien que me sentía más agradecida todo el tiempo. Y, poco a poco, fui creciendo espiritualmente.

El maltrato por parte de mi marido no cesaba, pero él permanecía fuera más tiempo. En esos momentos yo lo lamentaba, pero ahora pienso que tal vez fue parte de mi curación. Encontré estos pasajes de Ciencia y Salud: “El hombre ideal corresponde a la creación, a la inteligencia y a la Verdad. La mujer ideal corresponde a la Vida y al Amor”.Ciencia y Salud, pág. 517. Me di cuenta en ese momento de que mi femineidad ideal vivía en el Amor divino y que mi vida era la Vida divina. Eso me dio esperanzas. Era en realidad la sensación de que podía comprender mejor mi unidad con Dios. Comencé a vislumbrar, asímismo, el vínculo que mi esposo tenía con el Creador. Percibí que yo podía reclamar su libertad de la adicción al alcohol, al juego y al maltrato físico, esa libertad que Dios le había dado. Y paulatinamente fui ganando más control.

Entonces comprendí claramente que debía iniciar los trámites de divorcio. Yo había estado pensando en ello por años, pero nunca había tenido el valor de hacerlo. Creo que era porque siempre existía esta amenaza de represalia; “Si lo haces no me hago responsable de las reacciones que tenga en tu contra”. Otra vez la sensación de que yo era la culpable del problema. Pero cuando fui comprendiendo que podía valerme por mí misma y que los niños y yo estaríamos seguros, encontré el valor para iniciar los trámites de divorcio.

El proceso fue muy difícil porque mi esposo se oponía e insistía que yo no lo obtendría. Cuanto más insistía él, más oraba yo y más segura estaba de que separarnos era lo correcto.

Entonces recibió un mandato judicial y tuvo que marcharse de la casa.

No mucho después, volvió una noche. Yo acababa de acostar a los niños cuando entró. Traía un revólver. Había empuñado un arma muchas veces antes y eso siempre me había aterrorizado. Esta vez se sentó en el sofá con el arma en su regazo y me obligó a sentarme frente a él. Dijo que íbamos a permanecer allí hasta que yo viera la luz, en otras palabras, hasta que estuviera convencida de que debíamos seguir juntos.

Estuve sentada allí por largo tiempo y no le dije nada en absoluto. Yo estaba orando, preguntándole a Dios lo que debía hacer. Me vino al pensamiento excusarme para ir a la otra habitación y así lo hice. Él me permitió hacerlo. Fui al baño y cerré la puerta con llave. Teníamos una ventana muy pequeñita en ese baño y me arrastré a través de ella, salté al suelo, corrí hasta la casa del vecino y golpeé la puerta.

Mi esposo oyó los ruidos, abrió la puerta y me vio, entonces salió, entró a su coche y se marchó. No había nada más que decir.

Cuando volví a casa, cerré la puerta, bajé las persianas y llamé a un practicista de la Christian Science de inmediato para que orara por nuestra seguridad. Esa persona tan maravillosa y amable me animó a ver que yo podía separar en mi pensamiento a ese hombre de toda naturaleza abusiva y ser fortalecida con ello. Es decir, tenía que separar el mal de la persona. Debía comprender, aunque fuera levemente, que Dios lo había creado espiritual, puro y perfecto. Realmente traté de hacerlo.

Después de hablar con el practicista llamé a la policía, ellos vinieron y vigilaron la casa esa noche. No obstante, yo ya había visto cómo una experiencia potencialmente peligrosa había desaparecido al pedirle ayuda a Dios, y yo había sido guiada a hacer lo correcto. Eso me dio valor. Me di cuenta de que podía pedirle a Dios que me sostuviera. De pronto comprendí que aunque yo tuviera temor (todavía lo sentía), Dios cuidaría de nosotros.

Ése fue el comienzo de mi liberación. Logré divorciarme; entonces los niños y yo nos mudamos a otra ciudad y comenzamos una nueva vida.

Pasaron varios meses y él vino a vernos una noche; me pidió permiso para entrar a la casa. Todavía me asombro cuando pienso en la respuesta que le di. Simplemente reuní todo mi valor y le dije: “A esta casa no vas a entrar. Vete de inmediato o tendré que llamar a la policía”. Y él se fue. Esa noche cuando me acosté puse nuevamente mi vida en manos de Dios. Sé positivamente que puse mi vida y la de los niños al cuidado del Amor.

Él nunca regresó y ese fue el fin del asunto. Con el correr de los años oré aún más para encontrar ese sentido elevado de la naturaleza del hombre y la mujer. Siento en verdad que sané por completo de los efectos de esa experiencia pasada. Tanto es así, que hace unos años, lo llamé por teléfono para decirle que lo perdonaba, que no tenía ningún resentimiento en su contra. Eso realmente lo desconcertó, pero hablamos amistosamente.

Sé que si Dios pudo ayudarme a mí, puede ayudar a cualquiera.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / julio de 2002

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.