LAS DOS últimas semanas habían sido de gran inquietud. Para mí era obvio que tenía síntomas asociados con el cáncer de mama. No había obtenido un diagnóstico médico porque siempre que había recurrido a Dios por medio de la oración me había sanado, aún en situaciones muy graves. En esta ocasión, inmovilizada por el temor, primero oré para tranquilizarme y simplemente poder “empezar” a orar.
Una tarde estaba sentada en el cuarto donde acostumbro orar, leyendo Escritos Misceláneos por Mary Baker Eddy. Mis ojos recorrían las palabras, que eran buenas, tranquilizadoras y sanadoras, pero el temor me inquietaba mucho, estaba aterrada. Entonces algo, de manera suave pero imperativa, llamó mi atención; era como un susurro: “¿Por qué no te arrodillas y oras?” Deseché la idea y continué leyendo, pero el susurro vino de nuevo: “¿Por qué no te arrodillas y oras?”
Después de resistirla varias veces, pensé: “Está bien”. Cerré el libro, me incliné y oré de todo corazón. “Padre, ayúdame”, supliqué, “¡siento como si necesitara diez abogados!”
No acostumbro a pensar en abogados pero no estaba en posición de cuestionar la forma de la oración que me había llegado. E inmediatamente, oí un mensaje de lo más tierno: “Ya te he dado diez abogados”. Entonces, mientras estas palabras se repetían en mi pensamiento, mi mano tomó la Biblia y se abrió en Éxodo, capítulo 20. Esto es lo que leí en el primer versículo: “Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre”. A continuación estaban los diez mandamientos.
Sabía que Dios le había dicho aquellas palabras directamente a Moisés y que tenían autoridad divina. No era sólo una promesa para una liberación futura, sino una garantía de que la liberación ya era una realidad para cualquier circunstancia que se pudiera presentar. La opresión que me producían el temor, la enfermedad y la muerte, empezó a disminuir. Eso me dio ánimo porque comencé a percibir el cuidado y la guía de Dios. Dios nos ama y tiernamente ya nos ha sacado de la oscuridad y la esclavitud. Dios nos ha liberado de todo lo que pudiera impedir que demos testimonio de que somos Su imagen y semejanza. Cada uno de los Diez Mandamientos argumenta a nuestro favor. Cada uno de ellos insiste en nuestra inocencia innata como amados hijos de Dios. Si los aceptamos y vivimos a diario estas verdades divinas son suficientes para contrarrestar todos los terrores de la existencia mortal.
I. No tendrás dioses ajenos delante de mí. Dios es el único Dios. Nada puede reemplazarlo, superarlo o amenazarlo. Comprendí que, en mi caso, los “dioses ajenos” eran el temor, la enfermedad y la muerte. Pero en la totalidad o unidad de Dios, no puede haber un poder llamado enfermedad ni otro llamado muerte. Dios es Vida y la Vida es el bien omnipresente; es totalmente buena. Comprendí que la enfermedad es un impostor que se hace a sí mismo dios para ser adorado y así debilitar la fe en el único Dios. Comprendí que es imposible dividir mi lealtad a Dios con “dioses ajenos”. Para mí, era una cuestión de lealtad.
II. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás... No soy un hacedor, pensé; Dios es el Hacedor. Este mandamiento me hizo ver bien que Dios creó todo lo que existe y que Su creación es completa.
Antiguamente, a las imágenes se les hacían grabados, y grabar también significa dejar una impresión o fijar indeleblemente en la memoria. Este mandamiento me ayudó a rechazar las impresiones falsas de mi imaginación, o producidas por los medios de comunicación o las conversaciones que hubiera escuchado. Los hijos de Dios no son víctimas indefensas ante el mal. Ya que fui creada directamente por la Mente divina sólo puedo ser impresionada por el bien que proviene de esa Mente. Es decir que, si bien podía sentirme maravillada ante el amor y la bondad de Dios, no tenía que dejarme impresionar por el opuesto de Dios llamado mal. Podía regocijarme en la creación de Dios, que es totalmente buena.
La enfermedad es desemejante a Dios y el temor no podía hacer que me inclinara o que honrara las falsas imágenes de enfermedad y muerte, y creyera en ellas, permitiendo que se desarrollaran en mi pensamiento o dejando que dictaran mi comportamiento. Podía optar por adorar al único Amor por medio de una fidelidad libre de temor y por una confianza en que Dios cuida de mí y es mi médico.
III. No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano. ¿Cuál es el nombre de Dios? Examiné a fondo los sinónimos o nombres de Dios que a lo largo de los años había encontrado en la Biblia y Ciencia y Salud. Sabía que algunos de los nombres de Dios eran Vida, Verdad y Amor. Nosotros expresamos Vida, en vivir, Verdad, en integridad, y Amor, en afecto. Otro de los nombres para Dios es Alma, que nosotros manifestamos en bondad y belleza. Dios es Espíritu, lo que significa que nosotros somos totalmente espirituales y estamos llenos de vida.
Dios es Mente, que se expresa en calma y en sabiduría. La sabiduría divina nos asegura que, dado que Dios es omnipotente y omnisciente, no hay otro poder y no necesito conocer otra cosa, sino el bien. Dios es Principio, y este Principio es expresado en el orden y la perfección divinos. El desorden y el caos de la enfermedad no provienen de Dios. Mi profundo deseo de no tomar el nombre de Dios en vano me ayudó a razonar que el nombre de cáncer, o de cualquier enfermedad, debía ser una mentira respecto a Dios, un intento de menospreciar Su nombre o de distorsionar Su naturaleza. El nombre de Dios, la naturaleza del bien, está presente y es permanente.
IV. Acuérdate del día de reposo para santificarlo... Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó. Todos los días pertenecen a Dios. Todos los días están llenos de la actividad de Dios y, por lo tanto, no hay día en que el mal comience o reine. No hay día que esté dedicado a la enfermedad o a la consternación; todos los días son santos y armoniosos. No hay un punto de partida para el mal. La enfermedad no tiene “fecha de ingreso”, no tiene principio ni origen. Este mandamiento confirma el poder creativo de Dios. Él hizo todo y no hay nada más por hacer, nada más por crear, acrecentar o desarrollar. La creación de Dios está completa, acabada y bendecida.
V. Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da. Dios es el Padre-Madre de todo lo que existe — el Progenitor divino. No hay una creación o un hijo de Dios llamado enfermedad. Las ideas de Dios son puras y buenas, y tienen la vida eterna que Dios les da. Ésta es nuestra herencia, la “tierra” que poseemos. El honrar la Vida divina nos da vida eterna y éste es el don de Dios para todos nosotros.
VI. No matarás. La existencia y la felicidad que Dios nos ha dado no pueden ser destruidas o disminuidas por el temor o la amenaza de enfermedad. El Cristo es la presencia del bien y no puede ser extinguido. Dios, el Espíritu, nos da vida, vigor y salud. No podemos ser, ni súbita ni gradualmente, separados de Dios. Su intención es que vivamos, que activamente expresemos la Vida, aquí y ahora. Un salmo nos recuerda: “No moriré, sino que viviré, y contaré las obras de JAH”. Salmo 118:17.
VII. No cometerás adulterio. Las creencias respecto a que la enfermedad y la muerte sean inevitables no pueden filtrarse para contaminar la creación pura de Dios. Es esencial defender nuestro pensamiento de las influencias mentales enfermizas, manteniéndolo de acuerdo con la bondad, de acuerdo con Dios. Tenemos el derecho divino de rechazar la entrada al mal invasor; este derecho se preserva por medio de la oración. Cuando le preguntamos a Dios cómo somos, la respuesta viene como una tranquilizadora confirmación de que somos Sus hijos amados. Estamos completos, sanos y seguros; no podemos lastimar ni ser lastimados. Nosotros no somos excesivamente sensibles, frágiles, insensibles o bruscos; somos semejantes a Dios. Estamos definidos por el equilibrio, la amabilidad, la continuidad espiritual y la estabilidad. La materia y sus diversas manifestaciones no determinan nuestra existencia, porque somos espirituales. Las mujeres no son indefensas, vulnerables o débiles; por ser las hijas de Dios, son fuertes, están divinamente protegidas y son capaces de armarse con verdades espirituales, por medio de una profunda y confiada comunión con la conciencia divina.
VIII. No hurtarás. Nada de lo que Dios nos ha dado nos puede ser quitado. Las posesiones que Dios nos ha dado son la vida, la felicidad, la libertad, la paz y el bienestar. Llegué a la conclusión de que nadie podía robarme mi inocencia, es decir, la visión del Cristo de sentirse seguro por coexistir con Dios, protegida por el Amor divino que es omnipresente. Vi que mi confianza en Dios es como la lente a través de la cual veo, como mi sustancia y la fuente de mi salud, y me pertenece permanentemente.
IX. No hablarás contra tu prójimo falso testimonio. Todos los hijos de Dios tienen el derecho de afirmar su inmunidad contra las creencias crueles. Las mujeres, las hijas de Dios, no son víctimas maldecidas. Del mismo modo, los hijos de Dios merecen que se los identifique como la semejanza de Dios y como seres libres de rasgos y acciones esclavizantes. Los hijos de Dios son amables y amantes de la paz. El creer que alguien en la creación de Dios pueda sufrir, o causar sufrimiento, sería quebrantar este mandamiento. Todos estamos seguros bajo el cuidado de Dios y somos perceptivos a Sus pensamientos e indicaciones. Tener verdadero afecto por mi prójimo es verlo como hijo de Dios, amado y perfecto, es dar testimonio espiritualmente exacto de él.
X. No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. No hay tendencia a la codicia cuando comprendemos que ya tenemos todo el bien, y que es imposible que uno posea la sustancia de algo bueno que otro no pueda tener, incluso la salud. Una persona no puede tener tranquilidad y otra no; tener alegría y otra no; o una persona comprender correctamente y otra no, etc. La bondad de Dios es otorgada sin medida a todos. Todos estamos incluidos en el amor de Dios. No hay pobres en el reino de Dios y ahí es donde vivimos, ahora.
Mi oración concluyó. Miré el reloj, y había pasado poco más de una hora; sin embargo, todo había cambiado. Dios había actuado en mí y dentro de mí y había vencido. Ya no sentía temor y la amenaza física ya no me importaba. Las leyes de Dios habían cobrado vida en mi pensamiento y me habían sanado. Mi caso había sido defendido por diez buenos abogados, y ellos habían obtenido mi libertad.
En los días siguientes, los síntomas desaparecieron completamente y no se han vuelto a repetir. La transformación de mi pensamiento, sin embargo, aún está resonando. Sentí el toque de una presencia divina y amorosa, claramente perceptible, que nunca me dejará. Lo que me encanta de esta experiencia es saber que no es sólo mía, sino que, bajo las leyes de Dios, nos pertenece a todos. Todos tenemos diez abogados brillantes que trabajan por nosotros constantemente.