Una noche llegué a casa de la universidad y me serví la comida como hago habitualmente. Mientras comía sentí como si me cortaran la garganta. El dolor era muy fuerte.
Para aliviarme tomé leche y agua, pero sentía más dolor todavía y tuve miedo. Luego comencé a tener náuseas, fui al baño y vomité sangre. Para entonces estaba aterrada; me parecía estar viviendo una pesadilla.
Mi primera reacción fue recurrir a Dios como siempre hago. En realidad no había otra solución. Me puse a orar. Lo primero que me vino al pensamiento fue una frase de Martín Lutero que Mary Baker Eddy cita en Ciencia y Salud, al comienzo del capítulo titulado “La Ciencia del Ser”: “Aquí estoy. No puedo obrar de otra manera. ¡Dios me auxilie! ¡Amén!” (pág. 268). Sabía que no quería “obrar de otra manera”; tenía que resolver el problema mediante la oración.
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