Un día fui a que me tiñeran el cabello, como lo he hecho desde hace años. Cuando el peluquero me puso la tintura, sentí que me quemaba el cuero cabelludo. Me aseguró que era el mismo producto que había usado siempre, y que no tenía por qué preocuparme. Sin embargo, esa noche, tenía el cuero cabelludo, la frente, la oreja derecha y el ojo derecho muy rojos, y el ojo además estaba inflamado.
Me desperté en medio de la noche muy atemorizada pues me picaban intensamente el cuello y la cabeza. Me levanté y busqué algo que me calmara la picazón. Pero yo sabía que podía orar en cambio para resolver ese problema.
Sabía que mi verdadero ser espiritual sólo podía sentir lo que venía de Dios, es decir, lo que era bueno. Me di cuenta de que por algún tiempo había estado sintiendo resentimiento por lo que yo consideraba falta de amor a mi alrededor. Y yo sabía que eso tampoco era verdad.
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