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¿En busca de ese alguien tan especial?

Del número de julio de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


AMÍ NO me gustaba ninguna de las chicas que conocía. Todas me parecían egoístas y falsas. La verdad es que yo no les interesaba y tampoco me apreciaban. No las trataba mucho y estaba seguro de que tampoco tenía mucho para ofrecerles. Aunque a veces salía con alguna de ellas, lo cierto es que no había una base sobre la cual desarrollar una relación.

Dios relaciona a cada una de sus ideas.

¡Qué cuadro más desalentador! ¿no? Es feo sentirse solo.

La cuestión es que en un momento dado decidí hacer algo al respecto. Yo estudio arte y soy un romántico, y pienso que sé muy bien lo que debe ser una buena amiga y por qué una pareja tiene que estar junta. El único problema es que la realidad nunca se parece a lo que uno sueña.

Hablo con Dios de todo lo que pasa en mi vida, y estoy seguro de que conmoví Sus oídos divinos con mis quejas sobre las terribles cosas que me pasaban con la chica con quien estaba saliendo en ese momento, insistiendo en que las cosas no deberían ser así.

Ocurrió que en medio de mis lamentos, Dios me interrumpió y me dijo: “¿Acaso no soy Yo el Amor?”

Interpreté que me decía que Dios no era el autor de esa historia tan triste. Que yo no podía estar experimentando nada en mi vida que no fuera lo que el Amor divino había determinado.

Así fue como terminó la relación. Nunca más la volví a ver o a saber de ella.

Bueno, gracias, Dios mío. Y ahora ¿qué? ¿Habían mejorado o empeorado las cosas? ¿Qué tenía Dios ahora preparado para mí?

Pronto me di cuenta de que estaba pensando en las mujeres de una manera completamente nueva. Dios me ayudó a ver que son Sus ideas espirituales, el reflejo mismo de Su naturaleza. Leí que la mujer ideal está en armonía con la Vida y el Amor. Y, lo que es igualmente importante, que el hombre ideal está en armonía con la creatividad y la Verdad. Véase Ciencia y Salud, pág. 517.

De ahí en adelante, Dios y yo razonamos juntos acerca de lo que hace que un compañerismo sea perfecto. Confianza, honestidad, alegría, generosidad, pureza, afecto, amor, calidez, espontaneidad, frescura, creatividad, reciprocidad. El compañerismo perfecto nos eleva e ilumina, nos trae felicidad y respeto. Hice una lista de por lo menos 20 cualidades y condiciones que yo sentía contribuyen a un compañerismo perfecto.

Ahora el problema era que ninguna de las chicas que conocía cumplía con todas esas cualidades y ¡yo menos! Todo parecía muy bien en teoría, pero yo no tenía una relación así y ninguna perspectiva de tenerla.

Entonces Dios me dijo: “Tú ya incluyes la compañía perfecta. Es una cualidad que puedes demostrar, así como una condición en la que ya estás”. No tenía sentido que Dios tuviera todas esas expresiones del Amor, o sea, de Sí mismo, sin que hubiera relaciones humanas donde se pudieran manifestar. Es Dios, el Amor, quien relaciona cada una de sus propias expresiones entre sí, de manera perfecta.

No obstante, yo todavía no tenía la compañía que deseaba o creía necesitar.

Cuando caminaba por la calle, apreciaba toda la belleza, la alegría y las manifestaciones de compañerismo que veía. Es decir, seguía aferrándome a la promesa de Dios: “Tú ya incluyes la compañía perfecta. Es una cualidad que puedes demostrar así como una condición en la que ya estás”.

Pero no pasaba nada.

De pronto, como que tuve la siguiente conversación con Dios:

— ¿Cómo puedo conocer a alguien?

— ¿Por qué no sales?

— No me gustan las fiestas, y los bailes, menos.

— Ve a esa fiesta.

— No quiero ir.

— Ve a esa fiesta.

— Está bien. Está bien — accedí finalmente

En esa fiesta en particular, les pisé los pies a todas las chicas que había. Ninguna me impresionó.

Estaba sentado solo y pensé: “No me importa si esta escena nunca coincide con los hechos de Dios, porque yo ya incluyo el compañerismo perfecto; es tanto una cualidad que reflejo, como una condición en la que ya vivo”. Estaba siguiendo este consejo de Ciencia y Salud: “Mantened vuestro pensamiento firmemente en lo perdurable, lo bueno y lo verdadero, y los experimentaréis en la medida en que ocupen vuestros pensamientos”. Ibid., pág. 261.

Después se me acercó una muchacha y me invitó a bailar. Me casé con ella once meses después.

Ella sabía que su Pontiac 326 de 8 cilindros en V, tenía un carburador Weber de dos bocas. Ése fue tan sólo el comienzo.

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