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“Escucha la voz perfecta”

Del número de julio de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La soprano lírica es solista de The First Church of Christ, Scientist, en Boston. A pesar de tener niños pequeños, Jennifer continúa desarrollando su carrera artística. Hace algún tiempo, conversó con ella sobre la música, la maternidad y su carrera.

¿Cuándo se dio cuenta de que el canto podría transformarse en algo importante en su vida?

Cuando estaba en la escuela secundaria, me encantaba formar parte del coro, por lo que decidí seguir una carrera musical en la universidad. Cuando la gente me preguntaba: “¿Vas a estudiar también algo que te sirva para el futuro?”, yo pensaba: “Algo va a salir. No tengo por qué seguir una carrera que no me gusta simplemente porque la que me agrada no tiene buenas perspectivas de futuro”.

Después de estudiar durante cinco años con una excelente profesora de canto en la universidad, me mudé a California a estudiar con quien había sido su profesora.

Hay muchos buenos maestros de canto en el mundo y muchos de sus diversos estilos son buenos. Sin embargo, el método de mi nueva profesora estaba tan ligado a las verdades espirituales y a los principios básicos que sostienen la existencia, que implicaba mucho más que simplemente aprender a cantar. Iba más allá de los aspectos meramente técnicos del canto. A menudo me decía: “No trates de que tu voz humana sea perfecta; escucha más bien la voz perfecta“. Pude probar la eficacia de ese método. Cuando dejaba de prestar atención a mi propia voz y no trataba de ajustarla o cambiarla, sino que escuchaba la voz y el tono perfectos, surgía un sonido glorioso que yo no podía lograr por mis propios medios.

Hace poco, tuve que cantar dos días seguidos, domingo y lunes. Durante el concierto del domingo, en determinado momento, no hubo coordinación entre mi canto y la música. Si bien no fue nada grave, me sentí desilusionada porque yo quería que mi actuación fuera perfecta.

Al día siguiente tenía que cantar lo mismo y me sentía agobiada. Al estudiar la lección bíblica de la Christian Science de aquella semana, encontré el siguiente pasaje de Ciencia y Salud: “Aceptemos la Ciencia, renunciemos a todas las teorías basadas en el testimonio de los sentidos, abandonemos los modelos imperfectos e ideales ilusorios; y tengamos así un solo Dios, una sola Mente, y ese uno perfecto, produciendo Sus propios modelos de excelencia”.Ciencia y Salud, pág. 249.

Pensé: “Quiero ser un ‘modelo de excelencia’ ”. Cuando escuché algunas grabaciones de la pieza musical que tenía que cantar, pensé: “Jamás voy a lograr algo así”. Entonces me di cuenta de que escuchar una voz humana y hacer de ella mi ideal era contemplar un modelo imperfecto. A partir de entonces procuré tener un objetivo más elevado, y confiar en mi perfecta y única individualidad, la que Dios me había dado.

El concierto del lunes fue mucho mejor. Volví a sentir el gozo de interpretar aquella pieza musical. Al terminar mi actuación, una persona vino a verme y me dijo: “Tu actuación fue perfecta”. Su comentario fue muy valioso, no porque yo creyera que mi desempeño había sido “perfecto”, sino porque fue gratificante saber que ni siquiera mis debilidades y luchas humanas podían impedir que la perfección de Dios, en cierta medida, se manifestara.

¿Ha tenido que competir con otros en algún punto de su carrera?

¡Claro que sí! Los músicos tienen que competir desde el momento mismo en que inician sus estudios. Hay competencias de canto en las que personas con distintas aptitudes compiten entre sí y solo una de ellas gana el premio. Me gustaría poder apartarme de esas situaciones, pues no se pueden comparar “manzanas con naranjas”, pero las competencias son también oportunidades en las que los artistas desarrollan su talento, se dan a conocer y reciben estímulo y ayuda financiera.

En una ocasión, cuando estaba en segundo año de la universidad, me enviaron con otros estudiantes a una prestigiosa competencia anual auspiciada por un grupo local. Yo fui la última en cantar. Generalmente, cuando uno tiene que esperar tanto, tiende a ponerse cada vez más nervioso. Pero yo tenía conmigo un folleto publicado por La Sociedad Editora de la Christian Science con un artículo sobre una cantante de ópera que había aprendido a no compararse con sus colegas. Allí leí que cada uno de nosotros es una expresión muy singular del Alma y que hay un lugar donde todos podemos sentirnos realizados y bendecir a otros. Me sentí muy inspirada y con esas ideas pude alentar a otros cantantes que estaban nerviosos o se sentían desilusionados con su desempeño. Cuando me llegó el momento de cantar, lo disfruté muchísimo. Sentí mucho amor por todos los que me rodeaban.

Después de comunicarme que había obtenido el primer lugar, uno de los jueces de la competencia me dijo que la principal razón por la que había sido seleccionada era por la alegría que había expresado al cantar. Aquella competencia fue, en muchos sentidos, un momento decisivo en mi carrera.

Para Dios todos somos iguales y absolutamente necesarios en el lugar en que estamos. Su plenitud es para todos nosotros; todos tenemos algo singular que transmitir.

En determinado momento, mis colegas estaban teniendo mejores oportunidades que yo. En esa misma época me enamoré y comencé a hacer planes para casarme. Si bien estaba segura de que era la decisión correcta, no tenía ninguna intención de dejar el canto.

Durante mi primer año de matrimonio, realicé una gira de canto de ópera por todo el país. Al año siguiente, tuve mis tres hijos, uno detrás del otro. Me ha llevado tiempo y mucha autocrítica comprender que mi carrera no está en manos de ninguna persona, sino que está guiada únicamente por Dios y que mi deber es seguir Su dirección. Antes, cuando no recibía de determinadas personas el estímulo que yo consideraba que merecía, me amargaba y dejaba de ensayar para mejorar mi canto. Aunque no lo entendía así en aquella época, creo que le estaba dando a la gente la oportunidad de subestimar mi capacidad, al no hacer un esfuerzo por desarrollar mis talentos. Si bien me costó aprender eso, estoy agradecida por haberlo hecho y por el progreso del que actualmente disfruto mediante la gracia y la paciencia de Dios.

Felizmente, nunca es demasiado tarde para ver nuestros errores, cambiar nuestro rumbo y progresar en toda actividad al la que nos dediquemos. Me encanta saber que nuestro desarrollo no tiene límites.

La inspiración que me ha dado tener una familia y cantar en la Iglesia me han transformado y modelado como artista. A través del canto he aprendido muchas cosas y me he elevado. Creo que el arte tiene el objetivo supremo de ver o escuchar algo que nos transforme o nos redima.

Si bien siempre he tenido esa convicción, no siempre podía sentirla dentro de mí al ir a una audición. Antes, cuando tenía una audición, solía pensar: “No me van a dar el puesto”. Pero luego de estar años poniendo énfasis en la importancia de la música como agente sanador, he llegado a pensar: “Está bien, voy a ir a esta audición. No sé si me van a dar el trabajo o no, pero ¿cómo se va a beneficiar el mundo con mi trabajo?” Luego, ya sea que me den el puesto o no, continúo ocupada en mi verdadero empleo: progresar como persona, como artista y como sanadora.

Si Dios te ha dado este don de la música, este don tiene mucho que ver con tu expresión individual del Alma. Si hacemos nuestro trabajo para Dios y para glorificar nuestra relación con Él, estaremos libres para dar lo mejor de nuestro ser. Aunque quizás no podamos agradar a todos, comprenderemos mejor lo que significa el don de la música y nos sentiremos más libres como artistas.

Es importante cultivar nuestra relación con Dios.

¿De qué forma han enriquecido su carrera como artista las experiencias del embarazo y la maternidad?

Cuando quedé embarazada por primera vez, tenía temor de que la maternidad fuera un cambio demasiado brusco para mí. Los exámenes médicos a los que tuve que someterme en esa época indicaron la presencia de una condición precancerígena.

La partera me dijo que se estaba produciendo un cambio celular. Busqué en el diccionario la definición de la palabra “célula” y encontré que decía algo así como “una unidad”, como se usa por ejemplo en la frase “la familia es una unidad en la sociedad”. Esto me provocó como un despertar, porque yo tenía miedo al ver la forma en que nuestra familia estaba cambiando. Hasta entonces, mi vida había sido muy feliz. En ese momento, me di cuenta de que la llegada de un bebé no traería ningún elemento negativo en la familia.

La partera me dijo también que había inflamación. En Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy define la inflamación como temor. Ibid pág. 414. Por lo tanto, lo primero que tuve que hacer fue reconocer que tenía temor y liberarme de él. Al hacer una lista de todas las cosas a las que temía me vino el siguiente pensamiento sanador: “El bebé es de Dios”. Este mensaje me alivió y me hizo perder gran parte del temor.

Un mes más tarde me fui de viaje al exterior y al regresar me tuve que hacer otro examen y la partera me dijo que no parecía haber ningún cambio, y que la próxima vez que viniera, tendría que ver al médico y someterme a cirugía láser. Continué orando y a la semana siguiente fui muy nerviosa a la cita con el médico. Mientras esperaba que me atendieran, oré, afirmando mi relación con Dios. Alrededor de una hora más tarde apareció la enfermera y me dijo: “Llegaron los resultados de sus exámenes y son normales”. Estoy segura de que la curación física fue el resultado de haber perdido el temor.

Como dije antes, yo había creído que ser madre sería un cambio brusco para mí. Sin embargo, fue un cambio gradual. Por eso me gusta tanto el embarazo. Durante esa etapa de nueve meses me preparé mentalmente para ser mamá.

Desde entonces, he aprendido que todo lo que hago para amar y educar a mis hijos y atender mi hogar, contribuye a mi carrera. Por lo tanto, si no tengo el número de horas que necesito cada día para cantar o concentrarme en la música, sé que estoy haciendo las cosas que debo hacer. En consecuencia, cuando tengo que cantar un concierto, me siento lista para hacerlo. Si lo que creo que necesito no está de acuerdo con lo que realmente obtengo, Dios compensa la diferencia.

¿Hay algo que le gustaría decirle a quienes estén cultivando sus talentos, cualesquiera que sean?

Me gustaría que los jóvenes, o los adultos que están iniciando su carrera, se evitaran los 20 años que yo he pasado aprendiendo esta lección. Les pediría que desde el comienzo mismo cultiven su relación con Dios, pues eso los va ayudar a vencer la frustración, la timidez, la competencia y la necesidad de que otra gente los valore.

Si van a dedicar varias horas cada día a cultivar su arte, dediquen igual energía a conocer su verdadero ser, permanezcan en él y serán capaces de expresar su talento, en lugar de creer que están luchando por progresar. Recuerden que ya son ese ser completo que esperan ser dentro de 20 años. Expresen ese ser ahora y se sorprenderán de los resultados.

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