Hace Ya Diez años que estudio la Christian Science, y estoy agradecida por muchas curaciones que he tenido. Pero lo que más agradezco es saber que Dios, el Amor divino, está siempre presente. Está tan cerca de mí como mi pensamiento. Pude comprobar esto una vez más no hace mucho, una noche cuando tuve un serio ataque gástrico.
Empecé a orar ni bien comenzaron los síntomas. Declaraba que Dios estaba allí conmigo. Al principio parecía imposible dejar de pensar que era un mortal enfermo y verme como un ser sano y espiritual. Empecé por declarar que debía “eliminar” los pensamientos y sentimientos de enfermedad. Entonces declaré en voz alta la verdad de que soy la hija de Dios, hecha a Su semejanza, sujeta únicamente a Su bondad y amor. Declaré que la enfermedad es una mentira y que no la aceptaría en mi pensamiento. Yo personificaba la perfección y armonía de Dios, y era todo cuanto podía experimentar.
Me fui a la cama, pero la enfermedad me molestó muchas veces. Entonces recordé esta instrucción de Ciencia y Salud: “Al igual que el gran Modelo, el sanador debiera hablar a la enfermedad como quien tiene autoridad sobre ella, dejando que el Alma domine los falsos testimonios de los sentidos corporales y afirme sus reivindicaciones sobre la mortalidad y la enfermedad” (pág. 395). De modo que continué declarando y tratando de comprender que soy la hija espiritual y perfecta de Dios.
Entonces, bien avanzada la noche, me desperté de pronto con la clara convicción de que estaba sana. Me sentí muy en paz y volví a dormirme. Sin embargo, poco después me volví a despertar sintiéndome enferma. Me sentí muy desilusionada y me pregunté “Si yo ya estaba sanada, ¿qué me quieren decir estos síntomas?” De inmediato me vino la respuesta de que Dios se estaba haciendo cargo de eso. Pensé, “Bueno, si Dios está haciéndose cargo de eso, no tengo por qué preocuparme”. Y seguí durmiendo hasta la mañana. Cuando me desperté estaba bien. La enfermedad había desaparecido y no se volvió a manifestar.
No hay palabras que puedan expresar adecuadamente la gratitud que siento a Dios por el amor sanador que tiene por cada uno de nosotros, y a Mary Baker Eddy por darnos el conocimiento de que el poder sanador que ejerció Cristo Jesús está presente con nosotros hoy.
Aspley, Queensland, Australia