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Serenidad en medio del caos de la guerra

Del número de agosto de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Conocí la Christian Science cuando fui de visita a la casa de mi hermana que vivía en un suburbio de París. En ese momento yo era peluquera en esa ciudad. Una de las vecinas de mi hermana me dio ejemplares de El Heraldo de la Christian Science que yo leí con avidez. Eso fue en 1938, no mucho antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial.

Cuando esa vecina finalmente me prestó el libro de la Sra. Eddy, me di cuenta de que era exactamente lo que andaba buscando. Me sentía muy entusiasmada porque no me gustaba lo que estaba ocurriendo en el mundo ni en mi vida privada. Buscaba algo que me sacara de las oscuras horas que estábamos viviendo y la religión tradicional a la cual yo pertenecía no daba respuesta a mis preguntas. Incluso ya había dejado de creer en Dios. En cuanto pude, fui con mi hermana a comprar Ciencia y Salud. Mi madre también comenzó a leerlo.

Había mucha tristeza y temíamos por lo que estaba haciendo Hitler. Yo tenía un novio que poco después fue encarcelado y permaneció en prisión cinco años. Las ediciones del Heraldo respondían a nuestra necesidad de fortaleza y ánimo. Además, recuerdo que estábamos recibiendo el Trimestral sin encuadernar a través de España.

En algún momento, al igual que muchos otros ciudadanos, tuvimos que huir debido al avance del enemigo y llegamos a la región del Loira donde vivía un familiar nuestro. En los caminos vimos muchos carros tirados por caballos, en los cuales la gente trasladaba todas sus pertenencias. Los italianos estaban bombardeando los caminos pero nosotros confiábamos en Dios y en las verdades que habíamos leído, y ningún mal nos sobrevino. Yo siempre mantenía Ciencia y Salud a mano y encontraba consuelo en él.

Después que llegaron los alemanes, nos dijeron que podíamos volver a nuestra casa. En el camino de regreso a París vimos escenas terribles, entre ellos muchas casas saqueadas. Nos sentimos sumamente agradecidos cuando encontramos la nuestra intacta.

Un par de veces durante la guerra pudimos asistir a un servicio de la iglesia de la Christian Science. Pero esto no era fácil ya que vivíamos en la parte oeste de París, lo que implicaba que debíamos cruzar el Sena para llegar a la iglesia. Dado que los puentes a través del río habían sido destruidos por los bombardeos, cruzábamos a bordo de una barcaza. Los servicios se llevaban a cabo en el sótano de la iglesia que quedaba en el Boulevard Flandrin. Aún después de concluida la guerra, tuvimos que esperar a que los puentes fueran reconstruidos para asistir a la iglesia.

Después de la guerra, mi novio retornó a salvo y nos casamos. La familia, incluyendo mi hermana y mi madre, siempre permaneció unida. Sin esta Ciencia creo que hubiera querido quitarme la vida. Me dio esperanza y mucha serenidad.


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