Cuando Comenzó la Segunda Guerra Mundial, mi vida cambió por completo. Tuve que abandonar París con mi hermano y dos primos pequeños, ya que mi madre sentía que no estábamos a salvo en la gran ciudad. Pero ella tuvo que permanecer en París y yo me fui a una pequeña villa del interior llamada Montgiroux, en la región de la Mayen, donde mi tía abuela administraba un hotel y restaurante. Después que el ejército alemán ocupó Francia, volví a París. En esos momentos no podíamos recibir El Heraldo de la Christian Science en francés, pero leíamos una y otra vez las ediciones de antes de la guerra.
Estando allí me enfermé. El médico de la escuela me diagnosticó anemia cerebral. Era un problema que muchos niños padecieron durante la guerra debido a la falta de alimentos. Yo no podía recordar cosas y me recomendaron que no leyera más con el fin de no agotarme. Así que mi madre me mandó nuevamente a Montgiroux para descansar y orar. Ella también oraba.
En las cercanías del lugar, los alemanes ocupaban dos castillos. Venían de tarde al restaurante de mi tía abuela. Una noche, sentí frío en mi cuarto así que bajé y me senté al lado de la estufa que había en el comedor del restaurante. Estaba de espaldas a los oficiales alemanes y leía un ejemplar del Heraldo. Sabía que no debía leer pero las ideas espirituales allí impresas me estaban ayudando a superar el problema.
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