En una época de tantos conflictos, corrupción, luchas por el poder y ansias de triunfo, la confianza mutua parece ser una moneda de baja circulación. Y esa situación se observa en varios niveles. Ocurre en los gobiernos, en el trabajo, en la escuela, en el barrio donde uno vive e incluso dentro del círculo familiar. Es una lucha donde no importan las consecuencias y la gente quiere sacar provecho a toda costa.
Además, la falta de empleo y los desafíos que se enfrentan en el trabajo pueden llegar a ser consecuencia de una falta de confianza en uno mismo o en los demás.
Este mes el Heraldo habla de la importancia de enfrentar ese tipo de situaciones desde una perspectiva espiritual. Eso requiere que reconozcamos la perfección de nuestros semejantes como hijos de Dios, porque esto siempre contribuye a que nuestras relaciones y actitudes mejoren.
Se podría comparar a una ecuación matemática. Si Dios, el bien, lo creó todo y en Él podemos confiar totalmente, los hijos de Su creación no pueden menos que también ser buenos y dignos de confianza. Si creo y confío en Dios y en Su absoluto y armonioso gobierno, no puedo menos que confiar y creer en Sus hijos. Y no se trata de una confianza ciega, sino una confianza basada en el Principio, en la ley del bien, que es Dios. Cuando aplicamos este mismo Principio a nuestras relaciones con los demás, esa ley comienza a manifestarse en nuestra vida y las cosas van cambiando para bien.
El Heraldo también continúa con nuestra cuenta regresiva para celebrar su Centenario que se cumple en abril del próximo año. En esta ocasión, con la historia del Heraldo en francés y las dramáticas experiencias que tuvieron sus lectores en época de guerra.
Con mucho afecto,