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Caso de cáncer sanado

Del número de enero de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La christian science me salvó la vida y quiero expresar mi gratitud por todo el bien que he recibido gracias a ella.

En 1980 mi esposo falleció dejándome con tres hijos pequeños. Los problemas parecían abrumadores: los niños estaban enfermos, el cheque de la compañía aseguradora se había perdido y, como si fuera poco, fuimos víctimas de un intento de robo que me provocó heridas a causa del estallido de vidrios. Luego, a los ocho meses de la muerte de mi esposo, me diagnosticaron cáncer.

Aunque conocía la Christian Science desde mi niñez, al principio tuve demasiado temor como para confiarle mi curación, a pesar de que había hablado con una practicista antes de ir al hospital. Después de la cirugía, los análisis clínicos mostraron que el problema era mayor de lo esperado y me dieron de uno a diez años de vida.

Yo sabía, en lo profundo de mi corazón, que el apoyarme totalmente en Dios, era el único modo de sanarme por completo. Al día siguiente, fui a una Sala de Lectura de la Christian Science y compré ejemplares de Ciencia y Salud y de la Biblia. Estudiaba la Lección Sermón Semanal por las mañanas y por las noches leía Ciencia y Salud. Entonces un día leí la siguiente declaración y fue como si una luz alboreara en mi pensamiento: “Las llamadas leyes de la creencia mortal se destruyen cuando se comprende que el Alma es inmortal y que la mente mortal no puede decretar leyes en cuanto a los tiempos, los períodos o las clases de enfermedades de que mueren los mortales. Dios es el legislador, pero no es el autor de códigos despiadados” (pág. 381).

Me di cuenta de que esta enfermedad no provenía de Dios. Al día siguiente, cancelé la cita que tenía con el médico. Llamé a la practicista con la que había estado hablando anteriormente y le dije que deseaba confiar en Dios y le pedí que me diera tratamiento mediante la oración. Asistí a una conferencia de la Christian Science tan enferma que no podía ni siquiera comer, y salí de allí sintiéndome mucho mejor, tanto, que comí comida mexicana de camino a casa.

Cuando el problema empeoraba, la practicista me recordaba mi perfección y completa seguridad. Me decía que no tuviera miedo, que no me dejara impresionar y que no pensara en la dificultad. Yo trataba de seguir sus indicaciones fielmente. Todos los días, y a veces cada hora, afirmaba mi perfección como hija de Dios. Razonaba que era espiritual y Dios estaba junto a mí.

Mi mayor deseo era estar con mis hijos y Dios respondió a mi oración. Sané. Pude volver a enseñar en la escuela, viajé durante el verano con los niños, trabajé en la Escuela Dominical, fui encargada del grupo y líder de las niñas exploradoras. Disfruté cada minuto que pasé junto a mis hijos. Oré constantemente, estudié minuciosamente la Lección Bíblica todos los días, devoré las publicaciones de la Christian Science de principio a fin y oré con un himno del Himnario de la Christian Science que me encanta. Comienza así: “Diariamente se calmó de/ los hombres el afán/ con maná que Dios envió” (No 46).

Al principio, los problemas que los niños y yo enfrentábamos, parecían interminables, pero cada uno de ellos fue resuelto debidamente por medio de la Christian Science: resfríos, gripe, picaduras de avispas, una concusión, impétigo, eczema, irritación del cuero cabelludo, quebraduras de huesos, heridas producidas al practicar deportes, problemas legales y financieros, para mencionar sólo algunos.

Estoy muy agradecida por mis padres, que me ayudaron en todo ese tiempo y por el precioso don que me dio la Christian Science. También agradezco profundamente por mi maestra de la Christian Science, que oró con mucho amor a cualquier hora del día y de la noche y estuvo a mi lado en cada etapa del camino. “Para Dios todo es posible” (Mateo 19:26).


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