TODOS tenemos preguntas acerca del futuro. Si tenemos un empleo, quisiéramos saber cuántos años más permaneceremos en la compañía; si estamos jubilados, quisiéramos tener una idea de cuánto podremos estirar esa jubilación con el costo de vida en aumento. El temor que infunde un futuro lleno de interrogantes no se aquieta ni desarma con respuestas meramente económicas. Lo que se necesitan son respuestas con una perspectiva espiritual.
El refrán popular “el miedo para nada sirve y para todo estorba”, ya nos dice que ese sentimiento nos sirve de tropiezo y que debe ser aplacado con buenas razones y argumentos. La Biblia es una poderosa fuente de ideas al respecto. Un Salmo (56:3) al decir: “En el día que temo, yo en ti confío”, nos sugiere dirigir nuestro pensamiento hacia nuestra fuente natural de seguridad, o sea, Dios. El reconocimiento de Su presencia y poder puede inundar nuestra conciencia de la paz y confianza necesarias para abordar cualquier tarea o tomar la decisión adecuada.
El sentir temor por nuestro futuro supone inconscientemente creer que hay un poder aparte de Dios capaz de hacerle frente e impedir que se haga Su voluntad para con nosotros, Sus hijos. Es suponer que no tendremos paz y que estaremos alejados de alguna fuente de provisión o trabajo, privados de alimento o habitación donde vivir dignamente, impedidos de encontrar soluciones a nuestros ahorros ociosos, condenados a cualquier forma de enfermedad y de muerte, o encadenados a alguna forma de pecado o de vicio.
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