Los hechos que han estado ocurriendo últimamente, demandan que la siguiente pregunta sea respondida individual y colectivamente: ¿Cuál es la responsabilidad del individuo en la defensa del mundo?
Como la mayoría de la gente, mi experiencia directa con el terrorismo es limitada. No obstante, he aprendido algo acerca de la respuesta que debo dar a las violentas amenazas contra la seguridad personal.
Un sábado por la noche, después de asistir al casamiento de un amigo en Nueva York, tomé el tren nocturno para Boston. Llegué a esta ciudad sin hacer una reserva y al ir de un hotel a otro, sin éxito, me enteré de que habían llegado unos 12.000 legionarios a la ciudad quienes habían ocupado todos los alojamientos disponibles. Finalmente, esperando encontrar una habitación cerca de una zona que pensaba visitar, le pedí al taxista que me llevase al Hotel Copley. Apenas entré me di cuenta de que estaban asaltando el hotel. Antes de que pudiera reaccionar, alguien me apuntó el cuello con un arma.
Enfurecido, presionó el arma más aún contra mi cuello.
Esa misma semana, yo había estado estudiando las cualidades de Dios como Amor y estas ideas estaban tan presentes en mi pensamiento que, pese a lo desesperado de la situación, tenía la certeza de que nadie corría peligro. Los asaltantes me hicieron entrar en una alacena junto con los empleados del hotel, quienes estaban aterrorizados y persuadidos de que los delincuentes estaban drogados y eran capaces de cometer cualquier acto irracional. Como medida de precaución, en el hotel se dejaba muy poco dinero en efectivo durante la noche, así que los asaltantes se enfurecieron, ya que estaban convencidos de que el personal estaba escondiendo el dinero. Yo tampoco tenía mucho efectivo conmigo, pues había dejado todas mis cosas en el taxi — que me estaba esperando afuera — lo que enfureció al joven que me estaba apuntando con el arma, quien la presionó aún más contra mi cuello. No obstante, repentinamente, en vez de cumplir con sus amenazas, los delincuentes abandonaron el lugar sin llevarse nada y sin hacernos daño alguno.
Los empleados del hotel fueron muy amables conmigo y removieron cielo y tierra hasta que finalmente me encontraron un alojamiento en la zona que yo quería, algo que hasta ese momento parecía imposible.
Muchos años después, mi esposa y yo llevamos un grupo de estudiantes universitarios a España, en una época en que los separatistas vascos habían incrementado sus actividades terroristas colocando un sinnúmero de bombas. Una tarde, en que había mucho tráfico en la ruta que frecuentemente transitábamos para ir a clase, explotó una bomba en una confitería matando o lastimando a gran cantidad de personas, y destruyendo prácticamente todo el local. Nuestros estudiantes y nosotros mismos habíamos estado en ese comercio apenas unos días antes.
Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que no sólo debíamos reflexionar acerca de nuestra propia protección, sino que además debíamos reconocer la presencia de la Verdad divina allí mismo, cuidando a cada uno de los hijos de Dios; comunicándole callada pero permanentemente a todo pensamiento airado, que sólo a través de la ley superior del amor y la justicia, se puede establecer y mantener una causa justa.
Entendimos que al reconocer la presencia de Dios y pensar amorosamente en todos aquellos que se vieron involucrados en ese incidente, contribuiríamos a quitar del pensamiento el peso de una atmósfera de terror.
Considero que el terrorismo saca a luz dos responsabilidades fundamentales. Sin la voluntad de asumirlas, es imposible ocupar la posición que ocupó aquel “hombre pobre, sabio, el cual libra la ciudad con su sabiduría”, Eclesiastés 9:15. al que la Biblia se refiere. ¿Quién está hoy en día preparado para “librar la ciudad”?
La primera responsabilidad es examinar la vida propia, cada pensamiento y cada acción. No es suficiente ser básicamente bueno o generoso con los amigos y familiares. Un terrorista en su ambiente puede ser un buen padre de familia, amoroso y responsable. Es la expresión de amor y bondad natural hacia la humanidad lo que erradica del pensamiento cualquier cosa que la contradiga.
Considero que es fundamental evitar la envidia por algún talento, forma de expresión o posesión, que otros tengan e impedir que las diferencias entre las personas, que a veces existen entre las distintas culturas, grupos especiales, creencias o hábitos, provoquen incomodidad o miedo. También pienso que es importante no permitir que el temor o el enojo nos induzca a creer que el mal pueda provocar algún daño. Hay que estar dispuesto a confiar en el poder de la justicia divina, en lugar de creer en los intentos de los seres humanos de manipular las circunstancias, y de responder con más falsedades.
No hay condición en la profundidad del corazón humano que esté fuera del alcance del Cristo.
Así que, me he propuesto trabajar desde una base más elevada y una motivación más pura y menos egoísta. He resuelto expresar un amor que no se limita a asignar todo el poder a Dios, sino que separa el mal del individuo. Deseo profundamente percibir que el mal no tiene posibilidad de controlarme ni a “mí” ni a “ellos”, y que no posee la capacidad de establecerse y perpetuarse en el pensamiento.
¿Cuál es entonces la otra responsabilidad? Es darse cuenta de “las obras aún mayores” que Jesús predijo que se realizarían. Él no sanó todas las manifestaciones del mal, del crimen o del terrorismo en la sociedad en que vivió. No obstante, nos mostró que no había condición ni nada en la profundidad del corazón humano que estuviera fuera del alcance del Cristo, su naturaleza espiritual. Más aún, Jesús predijo que vendrían tiempos oscuros: “Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin”. Mateo 24:6.
Sin embargo, proporcionó todo lo que era necesario para que sus seguidores enfrentasen esas amenazas. Él habría de construir su iglesia sobre la Roca, o sea sobre el reconocimiento de la presencia y el poder del “Cristo, el Hijo del Dios viviente”, el mensaje de Dios a la humanidad, y prometió que “las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Mateo 16:16-18. Es decir, Jesús pidió que se tuviera presente que ni aún el poder más grave que se pueda imaginar lograría prevalecer ante la oración, siempre y cuando los hombres se mantuvieran unidos a aquella iglesia que está construida sobre la Roca, el Salvador del mundo.
Es fundamental no desmayar ante las señales del conflicto entre el bien y el mal. Profundos análisis indican el tremendo sentido de impotencia, frustración, desesperación y rabia que se sienten y se expresan ante la injusticia percibida en la escena mortal. No obstante, estos elementos no tienen el poder de superar la razón y la experiencia, para sumirlas en la proverbial “noche sin una sola estrella”, cuando se está dispuesto a realizar un razonamiento tan profundo y luminoso, que estos elementos destructivos pierdan su punto de apoyo en el pensamiento humano.
Los medios de comunicación continuarán insistiendo en que existe un grado de destrucción aún mayor del que mostraron las fotos que intentaron grabar a fuego en las conciencias las imágenes del 11 de septiembre. La pregunta que cabe hacer entonces es: ¿Quién está alerta y preparado para trabajar por el mundo y “librarlo”? Para ello debemos reclamar la visión que Dios tiene de Su reino, como la única solución para la salvación de la humanidad.
La oración renueva y aumenta la fe y nos prepara para percibir el cambio de pensamiento que influirá a todos y no dejará a nadie sin bendecir. Absolutamente a nadie. No importa quiénes sean, dónde se encuentren ni cuál sea su creencia acerca de Dios y el hombre, o de qué forma el reino de los cielos deba manifestarse en la tierra.
