Acababa de recoger a mi hija Megan en el aeropuerto de San Juan, Puerto Rico. Ella venía a pasar una semana con nosotros antes de regresar a la universidad en los Estados Unidos. Cuando íbamos de camino a casa, escuché lo que me parecieron dos disparos de armas de fuego. En Puerto Rico se escuchan a menudo disparos por lo que supuse que “estaban allá afuera, lejos”. Entonces comenzó a dolerme la pierna y me di cuenta de que había sangre por todos lados. Le dije a Megan que pensaba que me habían disparado, y ella me contestó “A mí también”.
Detuve el auto al costado del camino. Megan estaba cubierta de sangre y lloraba. Después nos enteramos de que una sola bala de un arma automática AK-47, había atravesado el coche hiriéndonos a los dos. Mi respuesta inmediata fue concentrar mi pensamiento en Dios. De todo lo que había aprendido en mi estudio de la Christian Science, yo sabía que ningún invento humano — ni siquiera una bala — podía lastimar nuestra identidad como seres espirituales. Sabía que había en la compresión de que Dios nos hizo a Su imagen. Véase Génesis 1:27. Pero por un momento tuve miedo de desangrarme hasta morir. Entonces, miré a mi hija y supe que yo tenía mucho que dar al mundo todavía. A partir de ese momento me tranquilicé. Le dije a Megan que aun en esa circunstancia estábamos bajo el cuidado de Dios y que no debía preocuparse.
Como mi herida requería de ambasmanos y todas, mis fuerzas para detener la hemorragia, me di cuenta de que necesitaba ayuda práctica. Megan tenía una mano libre, y usó mi teléfono celular para pedir ayuda a la línea de emergencias. Los autos de la policía pasaban zumbando, pero ninguno se detenía. Finalmente, un señor se detuvo y nos ayudó a hacerla señas a un coche de policía. Después de un par de viajes en ambulancia, Megan y yo estábamos en el hospital de San Juan.
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