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Todos podemos sentirnos en nuestro lugar

Del número de octubre de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


He disfrutado seguir el interés que ha suscitado la película “Un día sin mexicanos”. En la misma se plantea lo que ocurriría en California si, de un día para el otro, todos los latinos desaparecieran inexplicablemente. Puesto que la comunidad latina constituye un tercio de la población en California, las consecuencias sociales, políticas y económicas, serían dignas de consideración.

No obstante, en el caso de esta película, una idea y un título original nos dejan un mensaje poderoso que, a mi parecer, nos dice: “No hay nadie que no merezca ser valorado”.

Con la numerosa población hispana que vive hoy en los Estados Unidos, parece muy apropiado que esta película hable de los mexicanos. Sin embargo, este mensaje se aplica también a los panameños, brasileños, canadienses, africanos, y a personas de cualquier otra nacionalidad. Todos tienen mucho con qué contribuir en el país en que se encuentren, así como el derecho a sentirse a gusto dondequiera que vivan.

Estados Unidos, en particular, ha sido conocido como un foco de diversidad social y racial. Gente de todas las nacionalidades ha sido indispensable para el progreso. No se podría quitar ningún ingrediente sin que todos sintieran que les falta algo. Cada uno es único y necesario. Sin importar los antecedentes individuales o la forma de armonizar con las costumbres del país, todos contribuyen, de una manera u otra, a mejorar la vida de toda la población. Así que cada persona merece sentirse satisfecha con lo que tiene para contribuir a su entorno.

La primera vez que trabajé en un país donde era considerado como un recién llegado o como alguien de afuera, me resultó muy difícil sentir que formaba parte del grupo en que me encontraba. Viajaba en el mismo autobús con mis compañeros de trabajo italianos, compartía lugares comunes en el empleo y la cafetería con ellos, pero mi apariencia personal no era como la de ellos y hablaba de una manera diferente. Tal vez no veían bien que yo trabajara en su país y ésa era la razón por la que mantenían cierta distancia conmigo.

No obstante, sabía que podía responder a esa situación de una manera eficaz, o sea, orando. Por la experiencia que había tenido con la oración, sabía que un cambio de pensamiento con respecto a ese estado de cosas tendría un efecto tangible. Tenía que comprender más claramente que un mismo poder y fuente divina nos estaba relacionando, comunicando y proveyendo a todos. De manera que comencé a orar para recordar este hecho, y comprender que cada persona es valiosa y tiene algo muy especial con qué contribuir a la sociedad. Cada uno tiene, de manera muy particular, su lugar. Y si bien todos tenemos algo muy único que aportar en este universo, armonizamos juntos en el mismo lienzo de la vida.

Sigo aprendiendo a través del estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud, que en todo esto estamos juntos. Existe en realidad una sola Vida o conciencia infinita. Cristo Jesús vio que todos tienen un lugar particular que ocupar, y que Dios los bendice a todos a la vez. De hecho, la oración que él nos dejó comienza diciendo “Padre nuestro...” Mateo 5:9—13.

Cada persona tiene algo valioso que aportar a la sociedad.

Ciencia y Salud hace una notable declaración: “Debiera entenderse a fondo que todos los hombres tienen una sola Mente, un solo Dios y Padre, una sola Vida, Verdad y Amor”.Ciencia y Salud, pág. 467. Esta idea me dice lo que debo buscar en mis oraciones. Pero, en su oportunidad, también me dijo qué debía pensar de la gente que me rodeaba.

Cada uno puede encontrar que la fuerza divina del bien está a nuestro alcance, pero también es importante comprender la naturaleza universal de la obra de Dios. Él unifica la actividad de Su universo, porque es la actividad universal verdadera. Realmente, no hay fuerzas o mentes actuando unas contra otras, con metas opuestas, aunque a veces uno sienta que es así. Y es este sentimiento dentro de nosotros lo que es tan importante sanar por medio de la oración, ya que ésta nos puede mostrar el hecho de que todos tenemos una Mente o Espíritu, y estamos dirigidos por el mismo Principio que armoniza Su universo.

De modo que en ese autobús, en esa cafetería, en Italia, yo oraba. No tanto para que Dios me cuidara a mí ni por la gente que estaba allí, sino para poder ser testigo de la presencia y actividad universal de Dios. ¿Era posible acaso ver más cabalmente que un Principio divino todo lo armoniza y es la fuente de cada pensamiento y actividad?

Esta labor resultó ser muy gratificante. Aprecié aún más todo lo que los demás hacían y me embargó una enorme alegría al ver que Dios está obrando en todos y en todas partes. Me sentí más animado, tanto física como emocionalmente. También mejoró mi actitud con respecto a mi trabajo.

Junto con esto comenzaron a ocurrir cosas interesantes. Empecé a tener amigos. Conocí a una pareja de Colombia que viajaba en el mismo autobús en que yo iba a trabajar y hablábamos en español. Una señora que trabajaba en la fábrica sabía algo de inglés y quería hablarlo mejor al mismo tiempo que me ayudaba con el italiano. Incluso mi jefe empezó a llevarme a algunos partidos de fútbol. Y hasta recuerdo que algunos de los hombres me saludaban en la parada del autobús y me hacían subir primero.

Este tipo de experiencias me trajo un mejor sentido de lo que es la familia universal. Y es tan gratificante tener una mayor vislumbre de cómo la fuerza divina del bien actúa en todos.

¡Qué bueno es poder ver y dar la bienvenida a este bien, el bien que nos pertenece!

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