Tenía más o menos siete años y mi hermano cuatro, cuando empezamos a asistir a la escuela dominical de la Ciencia Cristiana en mi propia casa, en Bayamo, una provincia a varias horas de La Habana. A los 13 años fui a vivir con mi abuela a esta ciudad.
Ella había sanado de cáncer mediante la oración y quería mucho a la Ciencia Cristiana. En su casa escuchábamos hablar todo el tiempo de ella porque mi abuela siempre comentaba las cosas lindas que aprendía al estudiarla. Todas sus actividades se centraban en la iglesia.
Viví con mi abuela hasta los 20 años, cuando obtuve una beca y asistí como interna a una escuela de arte, durante dos años. Como teníamos actividades obligatorias en la escuela los domingos, no podía ir a la iglesia. Pero leía mis libros, la Biblia y Ciencia y Salud, y me mantenía en constante contacto por teléfono con la Sra. Blesilda Pérez, quien era la única practicista que había en la isla de Cuba. Ella había sido mi última maestra en la Escuela Dominical y temamos una gran amistad.
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