Tenía más o menos siete años y mi hermano cuatro, cuando empezamos a asistir a la escuela dominical de la Ciencia Cristiana en mi propia casa, en Bayamo, una provincia a varias horas de La Habana. A los 13 años fui a vivir con mi abuela a esta ciudad.
Ella había sanado de cáncer mediante la oración y quería mucho a la Ciencia Cristiana. En su casa escuchábamos hablar todo el tiempo de ella porque mi abuela siempre comentaba las cosas lindas que aprendía al estudiarla. Todas sus actividades se centraban en la iglesia.
Viví con mi abuela hasta los 20 años, cuando obtuve una beca y asistí como interna a una escuela de arte, durante dos años. Como teníamos actividades obligatorias en la escuela los domingos, no podía ir a la iglesia. Pero leía mis libros, la Biblia y Ciencia y Salud, y me mantenía en constante contacto por teléfono con la Sra. Blesilda Pérez, quien era la única practicista que había en la isla de Cuba. Ella había sido mi última maestra en la Escuela Dominical y temamos una gran amistad.
Cuando me gradué de la escuela de arte, empecé a trabajar en Bayamo, donde para ese entonces ya no estaba el grupo de la Ciencia Cristiana. Regresé para la Habana. En aquella época los trabajadores tenían muy pocos días libres. Por eso, estaba algo desligada de la iglesia, no iba mucho. Además, visité espiritistas, cartománticos, santeros, me interesé en el hinduismo y fui a muchos lugares para conocer otras religiones. Yo sabía que como miembro de una iglesia de la Ciencia Cristiana ya no habría lugar para todas esas cosas, por eso no me afilié hasta estar segura de que verdaderamente era lo mejor para mí.
Mi mamá vino a vivir conmigo en La Habana en 1989. Un día, ella me dijo: "No tenemos a nadie que toque el piano en la iglesia. ¿Puedes intentar y ver si te acuerdas de cómo tocar?" (Para entonces había dejado de trabajar para cuidar a mi pequeño hijo.) Yo no tenía piano en la casa y hacía años que no lo tocaba. Al principio, no fue muy fácil, pero poco a poco mejoré y me quedé. Oraba reconociendo que Dios me daba la inspiración para tocar. Eso me trajo a la Ciencia Cristiana. Ahora estaba segura de que lo que había experimentado en otras prácticas no era lo que yo quería. Me hice miembro de Primera Iglesia de Cristo, Científico, La Habana, Cuba, y de La Iglesia Madre en Boston.
En 1992, mi querida amiga practicista me preguntó si quería tomar Instrucción en Clase de la Ciencia Cristiana. Como no sabía qué era al principio me negué. Pero ella me explicó que era un curso que me ayudaría a comprender mejor a Dios y la Ciencia Cristiana, y que me enseñaría a sanar espiritualmente. Entonces acepté y fui con otros 5 cubanos a tomar clase en México.
La clase fue maravillosa, muy especial. Durante ella sané interiormente de muchos conceptos equivocados que tenía. Obtuve mucha comprensión espiritual, no tengo palabras para expresar cuánto significó para mí. Cada vez que me acuerdo de la clase me emociono. Todo me marcó mucho. Antes, leía y estudiaba los pasajes de la Biblia y de Ciencia y Salud apuntados en el Trimestral haciéndolo con mucha fe. Pero después de la clase, empecé a hacerlo con más comprensión, dándome cuenta de cómo uno va creciendo en espiritualidad, humildad y amor. Me sentí otra persona, menos materialista y más libre de rencores, resentimientos y demás conceptos equivocados. Mi corazón se Ilenó de todo el amor que la maestra de la Ciencia Cristiana nos brindó durante la clase.
Aquello fue muy importante para mí, pues hasta entonces había vivido con mucho rigor, trabajo, estudio y temores de todo tipo. Cuando era niña, el sistema educativo cambió y había tenido que pasar de un colegio particular a una escuela pública, entre otras cosas. Por eso, durante años cargué mucho dolor y resentimiento contra la gente y el mundo. Pero la Instrucción en Clase en la Ciencia Cristiana me ayudó a ver que esos sentimientos negativos no eran reales, es decir, no eran sentimientos puros que venían de la realidad divina. Yo podía librarme de ellos cambiando aquellos conceptos equivocados y esforzándome por ver que todas las personas son amorosas y expresan todo lo que Dios es. Eso fue una gran curación para mí.
Me da alegría ayudar a los demás.
Cuando regresé de México, Ilegué tan inspirada que comencé a estudiar la Ciencia Cristiana todas las noches. Me sentía preparada y muy firme. Muy pronto empecé a ayudar a la gente mediante la oración, sobre todo a mi familia.
Mi querida amiga Blesilda nos había dicho a mí y a todos los del grupo que iba a México, que cuando terminase la clase podríamos dedicarnos a la práctica pública, pues el Movimiento de la Ciencia Cristiana necesita practicistas. Yo quería dedicarme por completo a la práctica pública, pero todo parecía muy difícil. Aquí en Cuba hay una ley que requiere que todos vayan al médico, pues es gratuito. Tuve que orar para comprender que yo no estaría desobedeciendo una ley por ayudar a los demás a encontrar curación por medio de la oración. Mientras tanto, las personas me seguían Ilamando y yo las ayudaba, aunque no estaba listada.
Blesilda Pérez falleció en 1995, después de más de 40 años en la práctica pública, y no había otro practicista de la Ciencia Cristiana en Cuba, registrado en las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana. Un día, me Ilamó mi maestra y me preguntó si no me sentía preparada para dar el paso de entrar en la práctica pública. Después de esa conversación, enfrenté una lucha muy grande con el miedo, un verdadero pánico ante la gran responsabilidad que tendría. Unas semanas después, me Ilamó una amiga que vivía en Boston, y le conté lo que estaba aconteciendo. Ella me dijo que estudiara el himno 195 del Himnario de la Ciencia Cristiana, el cual dice en parte: "Lo que eres Tú, Señor, no lo que soy, sólo eso puede ser mi descansar; temor y dudas vencerá Tu amor, y a mi inquieto pecho calmará".
Me dio mucho ánimo leerlo, porque me di cuenta de que no era yo la que sanaba, sino el Cristo que yo expresaba. Me liberé del peso de la responsabilidad. Meses después, finalmente, envié la solicitud para registrarme como practicista en el Christian Science Journal y en El Heraldo de la Ciencia Cristiana.
Pero cuando la gente de al iglesia local aquí en Cuba se enteró, me dijeron que yo era muy joven, y que ellos necesitaban un "practicista enviado de La Iglesia Madre". Algunos dijeron que jamás me pedirían ayuda. Afirmaban que yo no tenía experiencia alguna. Sólo mi familia apoyaba mi decisión.
Otra situación que la gente no aceptaba, era que yo andaba en bicicleta, debido a que no hay mucho transporte público en La Habana. Me decían que una practicista no podía montar en bicicleta, que no había seriedad en eso y que era falta de respeto. Pero yo oré y me dije a mí misma que yo continuaría como practicista, porque eso era lo que Dios quería. ¡Me Ilené de un valor espiritual tan grande! Me sentía muy comprometida, no sólo por cuestión de ética, sino que era lo que quería hacer desde el fondo de mi corazón.
Continué en el Journal y en El Heraldo. También estaba leyendo en la iglesia y los miembros no podían entender por qué una Primera Lectora andaba en bicicleta y con una mochila en la espalda. Usaba pantalones, jeans y tenis porque era muy cómodo, pero algunos pensaban que tenía que estar muy bien peinada, con zapatos altos, vestido, etc. Tenían un esquema muy definido de lo que debía ser una lectora y una practicista.
Pero seguí orando y me quedé tranquila. Como no había otra persona en la práctica pública, venían a verme y me decían cómo debía enfocar mi tratamiento, pero yo les decía que lo haría como Dios me lo inspirase. Tuve que vencer prejuicios y comparaciones con la practicista anterior, como por dos años. Aún así continué orando sabiendo que Dios abriría el camino, que el Amor divino disuelve "la dureza adamantina del error", Ciencia y Salud, pág. 242. y que los miembros verían la realidad espiritual en mi práctica. Dios me había puesto allí para ayudarlos con todo amor.
Poco a poco, todos fueron cambiando su actitud hacia mí. Yo sabía que Cuba no podía quedarse sin practicista. Mis oraciones confirmaron mi libertad espiritual y capacidad para hacerlo.
Ahora, muchos saben que a cualquier hora que me necesiten, allí estoy, trabajando para la iglesia o para quien me lo pida. Aunque en nuestro país la medicina sea gratuita, la mayoría de los que eligen el tratamiento espiritual, me donan algo. Mary Baker Eddy escribió algo que me ayudó mucho a vencer mi propio temor e inseguridad de recibir una donación por un tratamiento. Ella dice: "La Ciencia Cristiana demuestra que el paciente que paga lo que le es posible pagar por ser sanado tiene más probabilidades de recuperarse que aquel que retiene un insignificante equivalente por la salud. La curación moral y física son una misma cosa". Escritos Misceláneos, pág. 300. Lo que me donan es un símbolo de la libertad espiritual que los capacita para pagar. Las personas lo hacen por gratitud y no por obligación. Es algo espontáneo.
Hoy día, me da mucha alegría poder ayudar a los demás y ver que el trabajo de oración en la Ciencia Cristiana da resultado. Las curaciones son importantes y me alientan a seguir adelante. Me siento libre y gozosa por trabajar para la Causa de la Ciencia Cristiana, pues significa que trabajo para la humanidad.