Cuando el avión entró en territorio cubano me quedé admirado por la vista desde la ventanilla, esto fue hace unos diez años. En su descenso, tenía por techo voluminosas nubes grises, y por piso verdes campos y colinas. La Iluvia era intensa y al caer formaba como varias cortinas, que el viento hacía ondular y correr en diferentes planos al mismo tiempo.
Todo el panorama era un vasto anfiteatro en el que la naturaleza le daba la bienvenida a nuevos visitantes.
Tiempo después me di cuenta de que el correr de esas cortinas de agua, al igual que las grandes cortinas de un teatro que se corren para dar lugar a la acción de una obra, eran un indicio de que pronto sería testigo de una obra de amor. Sobre todo vi esto cuando visité Primera Iglesia de Cristo, Científico, en la Habana, donde grabé para El Heraldo en sus ediciones radial e impresa relatos de curaciones de todo tipo efectuadas por medio de la oración.
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