Cuando el avión entró en territorio cubano me quedé admirado por la vista desde la ventanilla, esto fue hace unos diez años. En su descenso, tenía por techo voluminosas nubes grises, y por piso verdes campos y colinas. La Iluvia era intensa y al caer formaba como varias cortinas, que el viento hacía ondular y correr en diferentes planos al mismo tiempo.
Todo el panorama era un vasto anfiteatro en el que la naturaleza le daba la bienvenida a nuevos visitantes.
Tiempo después me di cuenta de que el correr de esas cortinas de agua, al igual que las grandes cortinas de un teatro que se corren para dar lugar a la acción de una obra, eran un indicio de que pronto sería testigo de una obra de amor. Sobre todo vi esto cuando visité Primera Iglesia de Cristo, Científico, en la Habana, donde grabé para El Heraldo en sus ediciones radial e impresa relatos de curaciones de todo tipo efectuadas por medio de la oración.
Hoy, los estudiantes de la Ciencia Cristiana en Cuba dan prueba, a través de su ferviente actividad, de lo que el amor a Dios, expresado en la labor de curación, puede lograr. Este número celebra esa actividad de amor y dedicación, y documenta la visita que recientemente hizo a ese país la Junta Directiva de la Ciencia Cristiana junto con Leide Lessa, Jefe de Redacción de las trece ediciones de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, quien fue como intérprete, y Eberhard Lasch, practicista y maestro de la Ciencia Cristiana residente en México.
El Heraldo también abre aquí sus cortinas para presentar artículos y relatos que dan muestra clara de la actividad de una Iglesia vibrante y progresista. Entre ellos, dos practicistas de la Ciencia Cristiana cuentan instancias de su vida en su labor de sanadores espirituales, y también estudiantes de esta Ciencia relatan, entre otros, curaciones de una infección renal, de una afección a las cuerdas vocales y de lupus.
Únase a estos estudiantes fervorosos en este Heraldo para celebrar la curación científica por medio del Espíritu, Dios.
Con afecto,