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TODOS MERECEN CONOCERLA

Del número de septiembre de 2008 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Corría el año 1952 cuando mi madre enfermó de cáncer en el útero. Los médicos le dijeron que su condición era incurable. En ese entonces no practicábamos ninguna religión.

No obstante, justo por ese tiempo nos visitó una persona que conocía la Ciencia Cristiana y le regaló el libro Ciencia y Salud. Mi mamá lo empezó a leer y se interesó mucho en las ideas tan nuevas que presentaba. La curación fue instantánea. Cuatro días después fue a visitar a un grupo informal de la Ciencia Cristiana. Allí recibió mucho aliento y le regalaron más literatura para que leyese. Una semana después, se dio cuenta de que todos los síntomas habían desaparecido. Ahora ella podía levantarse, bañarse sola y moverse libremente. A partir de ese momento, todas las mañanas tempranito se sentaba a estudiar la Biblia y Ciencia y Salud. Como residía en La Habana, empezó a asistir a los cultos regularmente.

Con la curación de mamá, toda la familia, poco a poco, empezó también a estudiar la Ciencia Cristiana. En aquella época, yo vivía con mi familia en Bayamo, capital de la provincia de Gramna, que se encontraba a 16 horas de viaje en ómnibus de La Habana, y como me interesaba saber la manera en que se había producido la curación comencé a leer Ciencia y Salud y la Biblia. Pronto me di cuenta de que todo en mi hogar estaba cambiando para bien. Cuando surgía algún problema, aplicaba lo que estaba aprendiendo y surgía la solución. Hablaba a las personas que se veían necesitadas, les explicaba a mi manera cómo podían orar y obtenían buenos resultados. Así fue como formamos un grupo de estudiantes en Bayamo. Nos reuníamos en la sala de mi casa para celebrar los servicios religiosos.

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