El año pasado, estaba con amigos jugando cricket y cuando en un momento dado eché a correr, me caí sobre el piso de concreto que estaba muy resbaloso. Me caí golpeándome primero los codos y empecé a sentir mucho dolor. Mientras mis amigos me ayudaban a regresar a casa traté de negar todos los pensamientos de temor que me venían. No podía mover para nada los codos, y al llegar a casa las muñecas también me dolían mucho. Mis padres decidieron llevarme al hospital para que me sacaran radiografías y ver si había alguna fractura en los codos.
Antes de salir para el hospital hablé con un practicista de la Ciencia Cristiana. Me dijo que recordara que soy el hijo perfecto de Dios y que bajo Su gobierno nunca ocurren accidentes. Después de sacar las radiografías el doctor nos dijo que los huesos estaban bien, pero que tenía contracciones en los músculos. Me vendó los codos y me dijo que tomara algunos sedantes.
Cuando regresé a casa decidí no tomar ninguna medicina. Al hablar nuevamente con el practicista me dijo que Dios estaba en todas partes y que nada podía estar fuera del control de Dios, aun cuando las cosas no anduvieran como debían. También me dijo que orara pensando en estas líneas de la página 397 de Ciencia y salud: “Cuando ocurre un accidente, piensas o exclamas: '¡Estoy herido!' Tu pensamiento es más poderoso que tus palabras, más poderoso que el accidente mismo, para hacer real la lesión. Ahora revierte el proceso. Declara que no estás herido y comprende el porqué, y encontrarás que los buenos efectos resultantes están en proporción exacta a tu descreimiento en la física y a tu fidelidad a la metafísica divina, la confianza en que Dios es Todo, como declaran las Escrituras que Él es”.
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